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La Selección tiene ahora una oportunidad

Nuestra Selección es un equipo sin suerte. Fue grande en los años veinte y treinta, pero de eso hace mucho. De aquello quedó la plata de Amberes (1920) y el mérito de haber sido los primeros en batir a los pross ingleses en el Continente (1929) cuando todavía andaban por ahí goleando a todo el mundo. Pero al Mundial de 1930, el primero, no fuimos, por pereza. En el de 1934 nos echó el local, la Italia de Mussolini, que a la postre sería campeona. Nos echó tras desempate, en dos partidos terribles, en los que gozó de la indulgencia arbitral. Y al de 1938 no fuimos. Estábamos enfrascados en nuestra guerra. Por entonces teníamos un gran equipo.

Luego hubo la llamarada del cuarto puesto en 1950, pero eran años de una España aún rota por la guerra, en la que la retórica con que la prensa saludaba los éxitos del deporte (escasos, por cierto) hacía torcer el gesto a muchos. Y enseguida surgieron los enormes logros de los clubes españoles, particularmente del Real Madrid, pero no sólo del Real Madrid, que absorbieron el foco de la atención pública. Ni siquiera la Eurocopa de 1964 pudo remediar eso. La afición se enamoró de las campañas europeas de los clubes y asistió cada vez con más escepticismo a esas fases finales de Eurocopa o Mundial, tantas veces destinadas a acabar en cuartos.

Pero ahora, justo después de un periodo especialmente glorioso, con grandes campañas en la Champions y en la UEFA de muchos de nuestros equipos, hay un derrumbe. Un pesimismo se instala en nuestro fútbol de clubes cuando a estas alturas nos hemos quedado como estamos: sólo con el Villarreal. Una buena Selección, que divirtiera y goleara esta noche en Salamanca y que ganara el miércoles en Serbia podría recuperar el primer plano que perdió hace tanto. Luis está ante su gran oportunidad. Y la aprovecharía tanto mejor cuanto más visible fuera la renovación en este equipo que, ¡ay! todavía se parece demasiado al que la pifió en Portugal.