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Chelsea y Juve: vidas nada ejemplares

No me gustan los rivales de esta ronda de Champions. No por peligrosos, que también lo son, sino por cierto filibusterismo que están introduciendo en el fútbol de alto nivel. Empecemos por el Chelsea. Ha extralimitado el culto a la chequera a la hora de hacer un equipo. En dos temporadas, con 278 millones, un adineradísimo ruso cuya colosal fortuna tiene el más oscuro de los orígenes, ha construido en el selecto barrio londinense de Chelsea un equipo bueno, sí, pero de indudable aire artificial. Al frente ha puesto en su segundo año al entrenador más borde de Europa, un tipo que no pierde ocasión de alterar el buen orden deportivo, esté donde esté.

Eso, esta noche. Mañana, la Juve, el gran fantasma de Italia, la piovra. En el país transalpino están hartos de los favores arbitrales al club de la FIAT, cuyo despampanante palmarés local no tiene su correspondencia en Europa, donde el Milán ha sido siempre mucho más. Un seguimiento a media distancia del campeonato italiano a través de la tele basta para ver con qué clamorosa frecuencia le favorecen los arbitrajes. El sábado pasado, ante el Roma, sin ir más lejos. Pero eso es nada junto al bochorno que nos ha producido saber por sentencia judicial firme que entre 1994 y 1998 el equipo utilizó estimulantes prohibidos, entre ellos la EPO.

En ese periodo la Juve ganó nueve títulos, tres de ellos internacionales: la Champions, la Intercontinental y la Supercopa europea. La idea de que la Juve luzca esos trofeos en su sede crea desasosiego, igual que lo crea recordar que Zidane jugaba allí cuando los lograron. En realidad, todo lo que ocurrió en ese periodo está oficialmente manchado, y es particularmente odioso de un club de tan fuerte raíz abandere el encanallamiento del fútbol. Frente a esos rivales, Barça y Madrid me parecen ejemplares, por muchos defectos que les podamos encontrar, vistos de tan cerca como los vemos. Por eso quiero que ganen. Por eso y porque son nuestros.