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Pues resulta que sí, que va a ser que sí

Confieso que el optimismo de Carlos Miquel ante la nueva temporada no terminaba de contagiárseme. Sí, ya sabía que el Renault ha mejorado mucho y hace tiempo que no tengo dudas sobre la capacidad de Fernando Alonso, al que considero un superclase en lo suyo. Pero a pesar de lo que me decían los expertos no terminaba de curarme del trauma Ferrari, del efecto de su aplastador dominio en los últimos años, acrecentado por su mito. Y temía que tras los elogios al novísimo R25 hubiera en parte algo de eso de confundir deseos con realidades y en parte también ese ansia de cambio del poder que todos tenemos, también en deporte.

Pero todo era verdad. El coche lo tiene todo, y las manos que lo manejan también. Algunos dirán que con el mismo coche con el que Fernando Alonso fue tercero, Fisichella fue primero. Pero es que Fisichella salía en pole position, mientras que Fernando lo hacía con doce por delante, por culpa de la inoportuna lluvia que le retrasó en la primera sesión clasificatoria. Pues del decimotercero saltó al tercero, y eso que tuvo que aguantar demasiadas vueltas taponado por Villeneuve, hasta que se lo quitó de delante en la curva Ascari, con una preciosa maniobra que repetiría unas vueltas más tarde con su ex compañero de escudería Trulli.

No fue sólo el salto de diez puestos. Fue el hecho de registrar las dos vueltas más rápidas. Fueron los once segundos que le comió a Barrichello. Fue su perfecto dominio del coche y de la situación, del tráfico, como él mismo dice. Sin alharacas, podemos considerar que ya lo tiene todo para ser campeón del mundo. Si lo consigue este año, será el más joven de la historia, como ha sido ya el más joven en una pole, en un podio, en ganar un Gran Premio. Ferrari preparaba su coche nuevo para Barcelona; quizá tenga que adelantarlo a Imola o Bahrain. Tienen muchos motivos para estar nerviosos después de lo que han visto en Melbourne.