Mourinho: referente de antideportividad

Mourinho: referente de antideportividad

He aquí un hombre con méritos: Mourinho. De intérprete del bueno de Robson a entrenador de éxito él mismo. Con el Oporto hizo un par de campañas arrolladoras que incluyeron dos ligas de su país, la Copa de la UEFA y la Champions. Niño prodigio de los banquillos, Abramovich lo enroló para el Chelsea, en sustitución del declinante Ranieri. Tiene al equipo líder muy destacado en la Premier y se ha convertido en el coco de la Champions. El Barça ha tenido verdadera mala suerte en el sorteo. Si hay un solo equipo en Europa ante el que no pueda sentirse tranquilo ese justamente es el Chelsea. El equipo que dirige Mourinho.

Pero la eficacia de su trabajo se desluce por su indisimulada antideportividad. Es vanidoso y provocador. Hizo del Oporto una máquina eficaz, pero al mismo tiempo un equipo cargado de mañas y suciedades, decididamente desagradable como espectáculo. Ahora en Inglaterra ha alborotado el trato entre sus iguales, que generalmente se había mantenido en términos de cortesía. Ha tenido refriegas con Ferguson y con Wenger, ha tocado, contra toda norma, a Andy Cole, ha resuelto de la manera más odiosa posible la situación que le planteaba tener un jugador cocainómano en su equipo y ahora lanza un grosero desprecio al Barça.

Es una lástima que Mourinho sea así. Su corta trayectoria le avala como un entrenador bueno, que se gana el respeto con el trabajo en sus equipos. Pero lo pierde con esas bravatas y desplantes que emponzoñan el ambiente y que delatan una personalidad frágil e insegura, una especie de resentimiento sin causa conocida que ni el éxito consiguiera borrar. Sus borderíos son más lamentables todavía en el fútbol inglés, porque en aquel país se mantiene, por encima de hoolligans y de gamberradas de sus jugadores, un culto a los viejos valores del deporte que allí mismo inventaron. Frente a aquel viejo estilo, Mourinho es un perfecto extraño.