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El poder de los nombres propios

Jugó Gravesen y Guti tuvo que quedar fuera. Cuando le tocó comparecer, el público le ovacionó con muestras inequívocas de que lo desea titular. Cambió Vanderlei a Ronaldo y éste se fue endemoniado, jurando en arameo y arrojando prendas por el túnel, como bien captó con uno de sus millones de atentísimos ojos Canal +. Solari marcó un golazo y el Bernabéu le hizo signos de adoración que podrían traducirse por un Florentino, renuévale. Así son las cosas en el Madrid, una conjunción de estrellas en la que los nombres propios se imponen sobre el sentido de equipo. Un día y otro. En el juego y en la curiosidad popular.

Así que esa es la cuestión a la que tiene que enfrentarse Vanderlei Luxemburgo, lo mismo que sus predecesores. ¿Cómo sacar un equipo de tantos egos cruzados? Si juega Gravesen, ¿sacrifico a Guti, al que el público reconoce como más fiable que ninguno y tan exquisito como el que más? Pero si no, ¿cómo quitar a Beckham, a Figo, a Raúl o a Zidane? Y si Owen achucha con sus goles, ¿qué hacer? Y sobre todo, ¿cómo evitar que bullan en las polémicas esas inquietudes de Beckham sí, Beckham no, de por qué se puede cambiar siempre a Ronaldo y nunca a Raúl, de por qué, venga quien venga, el pagano tiene que ser Guti?

Ahí, en el manejo de todo eso, es donde vamos a ver a este entrenador, que aún está aterrizando. Ya tiene la avería de la Copa, que no es grano de anís, pero quizá fuera que no le habían avisado aún de lo malo que era el segundo equipo. Ahora tiene un periodo benigno en la Liga y tiempo para hacer lo que entienda menester de aquí a las fechas de la Juventus. Ni un día más. Mientras, le vienen bien rivales tan rácanos como este Mallorca de Cúper que se embotelló y regaló el campo y el balón. Así un empate es un milagro y una victoria un imposible. Así se pierde y encima se queda mal. Así no se va ya por el mundo, señor Cúper.