Losantos arbitró anoche en Numancia...

Losantos arbitró anoche en Numancia...

En Soria, a menos de doscientos kilómetros de Zaragoza, arbitró Losantos Omar. Todos sus errores del Bernabéu, entre ellos el de la ausencia de tarjeta a la tremenda entrada de Figo, no han servido para que se le retirara este partido, aunque sólo fuera para que Zaragoza y su afición sintieran que algo se hace por repararles moralmente por la rodilla de César, por el gol del fuera de juego... No sólo eso: Losantos también está apuntado para el Villarreal-Valencia del domingo, un bonito partido, y además importante, teñido de una emergente rivalidad regional y que enfrenta a dos equipos lanzados, ganadores, que van a por todo.

Esto es lo peor: la impunidad. Un árbitro puede hacer lo que sea que no le ocurre nada. Ya puede ser la gamberrada de Teixeira con las camisetas del Betis, la cacicada de Esquinas con el Espanyol o la sucesión de errores de bulto de Losantos en el Madrid-Zaragoza. Nadie les corrige, nadie les reprende, nadie les presiona, nadie les exige. Hace tiempo que esta federación perdió la autoridad moral sobre cualquiera de sus estamentos y allí todo es un vagar en busca de dietas, regalías y de que el tiempo pase. No hay cabo de guardia el domingo, así se junten el cielo y la tierra, porque esa punta de vividores no quiere otra cosa que vivir bien.

Tampoco es que haya que mandar a nadie a una leprosería por un mal arbitraje. Todo el mundo se puede equivocar. Pero sí es necesaria una expiación por un arbitraje como el del domingo, con su cola de alarma social por la desdichada lesión de César y la inevitable impunidad de Figo. Una expiación en forma de unas semanas sin arbitrar, para reflexionar sobre los errores, para entender, como todos debemos entender, que no da igual pifiar que acertar, que el acierto merece premio y las equivocaciones castigo. Y porque la irritación justificada de la afición de Zaragoza no merece el desdén de que a los tres días Losantos vuelva a arbitrar.