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El fútbol como juego de instantes

El fútbol es un juego de instantes. A lo largo de un partido, cada equipo hace su fútbol, mejor y peor, y de su trabajo y de sus méritos o deméritos se van desprendiendo algunos trances decisivos. En esos trances se va esculpiendo el resultado, que puede tener que ver, o no, con los méritos realizados en el trabajo continuo. En realidad tiene más que ver con la fortuna o el acierto en esos instantes. ¿No vale para nada jugar mejor, entonces? Sí. Cuanto mejor se juegue, más ocasiones habrá de tirar la moneda, de tener la oportunidad de hacer el gol. Y ahí es donde cuenta el acierto en el trance decisivo. Y el árbitro. ¡Ay, el árbitro...!

Porque esos instantes no quedan sólo en manos del acierto de los jugadores, sino también del árbitro. Si Losantos hubiera expulsado a Figo, como debió hacer, todo lo posterior hubiera sido otra cosa. Si no hubiera concedido el gol de Ronaldo tras el claro fuera de juego de Figo, también. Dejo a un lado los penaltis porque se neutralizan, el de Raúl con el de Villa. Pero todo eso, más la expulsión, justa pero que puesta junto a lo de Figo hiere más, tiene a Zaragoza en un grito. En los instantes decisivos no decidió el mayor acierto de unos jugadores tenidos por más certeros (Ronaldo echó dos ocasiones fuera), sino los desaciertos del árbitro.

Pero no son buenos estos berrinches, que siempre son estruendosos cuando el favorecido es el Madrid. Los errores arbitrales a favor del Madrid crean un entusiasmo en el antimadridismo mayor que sus derrotas, porque sirven para ir apuntalando esa vieja teoría de que es un eterno favorecido de los poderes. Sin embargo, le ocurre más o menos tanto como a otros y si se repasan las cosas sin pasión se verá que es así. Parece que ocurra más veces por el ruido artificial que se crea en estos casos. Pero lo sensato es ver el arbitraje como un factor de azar más, como otro de los elementos que intervienen en esos instantes decisivos.