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Por qué la Liga quiere el arbitraje

La primera vez que vi al Betis en el Bernabéu jugaba de interior derecha Luis Aragonés, con Lasa a un lado y Ansola al otro, si mal no recuerdo. ¡El tiempo que habrá pasado! Desde entonces le he visto muchas más veces, casi todas las que ha vuelto al Bernabéu, sea en directo o por televisión. Una vez hasta le vi un partido larguísimo, de Copa, con prórroga clásica y prórrogas alternas de diez minutos hasta que Landa marcó el gol decisivo, con el que echaba de la Copa al MadridYe-yé, que venía de lograr su sexta conquista europea. Mucho más tarde, en tiempos de Gordillo y Cardeñosa, viví tres años en Sevilla y gocé seis derbis sevillanos, apasionantes todos.

¿Y todo esto a cuénto de qué? Pues a cuento de que todos esos partidos los jugó el Betis de verdiblanco y su oponente de blanco, y para nada tuve dificultad para distinguir a unos de otros. Y lo saco a colación porque si la Liga pretende quedarse con el arbitraje es porque en manos de la Federación se permiten y resultan impunes actitudes tan desastrosas como la de Teixeira, que se quiso sentir importante porque le plugo y retrasó en media hora larga el inicio de un partido. Majaderías y caprichos de este tipo pasan impunes porque vivimos bajo una Federación sin talento, sin criterio y sin autoridad moral. Y cada uno hace lo que quiere.

Esa mezquina y cutre tiranía del linier que se hace famoso con jaimitadas y luego rueda anuncios, del árbitro que se guarda una falta de un partido para otro, del que echa a un entrenador por levantar las manos o de aquel de cuyo nombre no quiero acordarme que fingió que Ceballos le había agredido, son actitudes igualmente odiosas. Se puede arbitrar bien, mal o regular. Lo que no puede prosperar es ese ambiente de protagonismo necio por el que el cuarteto arbitral se convierte en un engorro por sus puras ganas de lucir su estupidez ante las cámaras, en lugar de esconderla pudorosamente, como es recomendable. Por eso la Liga se harta.