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Al Madrid se le reabre el frente ultra

Está visto: concentrar a los ultras en una zona concreta y próxima al césped es un error. Les hace más visibles y sus actitudes detestables son presa fácil de las cámaras que decidan enfocarles. Así, concentraditos, tan cerca del campo, están muy a tiro de las cámaras, que buscan golosas sus voces, sus gestos, sus tatuajes. Y ellos se entregan gozosos a su exhibicionismo de saludos nazis y gritos racistas. Y luego viene lo que viene: la UEFA tiene ahora al Madrid en el punto de mira y aunque va a salvar el cierre, tendrá que sufrir, con seguridad, una fuerte multa. Y más importante que el dinero es el oprobio, especialmente en un club tan pendiente de su imagen.

El Madrid está perplejo. Piensa que fueron muy pocos los que profirieron gritos racistas el día del Bayer y que no eran habituales del estadio. Piensa que son extranjeros, posiblemente rumanos. No regresaron el día del Levante. Algunas fuentes de la investigación creen que estuvieron en el Getafe-Barcelona. Pero el caso es que el día del Bayer estuvieron en el fondo sur, en la zona que el club acota para los ultras (a la que se accede por unos controles que impiden pasar armas u objetos peligrosos) y que allí fueron captados por las cámaras de Sky, encantadas de hacerlo, después del rifirrafe de Luis con los periodistas ingleses una semana antes.

Y los gritos se produjeron. Y, nacieran o no en aquellos misteriosos personajes, prendieron fuego a su alrededor. El informe de la UEFA es que no se limitó a una cosa de tres, sino que tuvo más alcance, y de ahí la multa. La conclusión es que ese corralito de bordes no es solución. El club (como otros antes) piensa que con buenas palabras y buena dosis de control se puede conducir honorablemente el problema de los ultras. Pero una y otra vez se constata que no. Que el asunto se desmanda cada pocos meses, por unas causas u otras, y produce lacras difíciles de sobrellevar. La única estrategia posible es la tolerancia cero. Pero cero, cero. Cero patatero.