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Les deseo que Hacienda caiga sobre ellos

No me voy porque irme ahora sería de cobardes, dijo Iñaki Sáez al regreso de Portugal. Al día siguiente se fue. Pero eso no fue de cobardes. Fue un acto razonable tras un segundo pensamiento en el que se dio cuenta de que no tenía crédito en la sociedad para seguir. Su dimisión fue un gesto de dignidad, no de cobardía. Lo que sí es cobardía es lo que hizo al regreso de Lituania: asaltar a los jugadores a sus órdenes y presionarles para que dieran su voto a quienes pretenden que se perpetúe este estado de cosas que destruye el prestigio y el funcionamiento del fútbol español, a cambio de proporcionar regalías a unos cuantos.

Así es el villarato, un sistema que corrompe mediante dinero y prebendas a gentes en otro tiempo dignas. Sáez, el viejo Jaburu, lo era. Un tipo sencillo, con prestigio profesional, los pies en el suelo y la imagen limpia. Ahora le veo de otra manera: aprovechado, huidizo, despreciable. Ayer tuvo que excusarse ante Luis Aragonés por haber andado enredando en el viaje de regreso. Pero tiene el riñón cubierto, porque tras retornarle a sus funciones anteriores (las que había hecho bien y ahora hace mal) le mantuvieron la soldada del escalón superior. Y él se lo gana como puede, coaccionando a chavales, que dependen de él para su carrera.

Lo que pienso de él lo pienso de Vicente Temprado, presidente de la madrileña, que con el doble de fichas que la tinerfeña recibe menos de la mitad de la subvención. ¿Qué les explicará a sus clubes? O de Sánchez Arminio, que no se escandaliza ante el perjuicio enorme que sufre su colectivo arbitral por la increíble renuncia al contrato que la Federación había firmado con Media Park, por valor de diez millones de euros destinados a la formación arbitral. ¿Qué les explicará a sus árbitros? Estos y tantos otros que no cabrían en treinta artículos como este son los que sostienen el villarato. Yo sólo les deseo que Hacienda caiga sobre ellos.