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Wenger da una nueva voz de alarma

Wenger ha dado la voz de alarma en el fútbol inglés: ha detectado que algunos de los extranjeros llegados a su Arsenal tomaban EPO en sus clubes de origen. Ha tenido la gallardía de decirlo, arrostrando los problemas que sin duda le acarreará. No serán tan grandes como los que casi acaban con la carrera de su colega Zeman en Italia (ahora empieza a reponerse, al cabo de seis años), porque la situación en Inglaterra es muy distinta a la de Italia cuando Zeman hizo la denuncia, pero los tendrá. Y sin embargo se hace cada vez más necesario que personajes de su importancia denuncien la intromisión del doping en sus deportes.

Y en el fútbol hay doping. Por iniciativa privada, como dice Desailly, en algunos casos. Jugadores que buscan remedios a sus problemas, a sus ansiedades; que se hacen presa de listillos avanzados que les envenenan a cambio de sacarles el dinero. Y hay doping de club también. Lo ha habido en Italia de forma casi masiva (de ahí que a Zeman le hayan tratado como a un apestado) y empieza a haberlo en otros países. Si eso no se frena el fútbol verá crecer en progresión geométrica los problemas de salud en sus practicantes o ex practicantes, perderá imagen y credibilidad y acabará por enfriar al gran público, como le ha pasado al ciclismo.

¿Y en España? En España circulan desde hace tiempo primero rumores, luego sospechas serias y finalmente poco menos que certezas de algunos casos de doping de club. Pero las pruebas sólo las puede encontrar el laboratorio antidoping, que no siempre es todo lo diligente que se precisaría. Y tampoco tiene todos los medios que necesitaría. En un fútbol que además de tener a los jugadores más caros del mundo da para vivir opíparamente a docenas de intermediarios y que paga a sus ejecutivos (casi todos fugaces) sumas inimaginables en cualquier otro tipo de empresas, ahorrar en esta cuestión significa que no se busca la verdad.