El día en que el viento dio la vuelta

El Bernabéu enterró por fin sus pesadillas, al cabo de una noche de trabajo y emoción, que empezó en desastre y acabó en júbilo y reconciliación. Al cuarto de hora, todo parecía derrumbado. En tres llegadas, el Roma había marcado dos goles y aquello olía a chamusquina. Uno veía al Madrid fuera de la Champions, a García Remón fuera del Madrid y al Madrid ante un árido desierto, condenado a una temporada triste y llena de discordias. Pero el Madrid levantó poco a poco. Primero por la constancia, luego por Raúl y Figo, finalmente por todos, incluido el público, que pasó de crítico y distante a entusiasta. Florentino suspiró en el palco.

¿Ha cambiado la racha? Es de esperar que sí. El equipo necesitaba esto, un buen partido, de menos a más, una gesta de este tipo, para reencontrarse consigo mismo, con el balón, con el público. Quizá el estilo del Roma, sin quererlo, propició las cosas. Regaló el campo y el balón, convencido de que su defensa sólida y sus contraataques fulminantes podrían servirle. Las dos rápidas picadas de cobra le confirmaron en esa idea. Pero, descontados esos dos goles, el estilo del partido resolvía muchos de los problemas del Madrid: los primeros sesenta metros eran suyos. Y para los cuarenta restantes tiene los jugadores adecuados.

Y así fue marcando sus goles, uno tras otro, convirtiendo el funeral en una noche feliz. Con Raúl recuperado para el gol y el área, con el Figo constante y febril de las mejores noches, con Zidane sabio, aunque mermado. Con un Ronaldo que aún no está, pero con un Roberto Carlos renacido, felizmente reconciliado con el mundo y con el Bernabéu a través de su partido y de su golazo. Con un Beckham intenso y un Guti exquisito. Aún hay cosas que no van, particularmente Samuel. Pero ha reaparecido aquel Madrid osado y goleador de Del Bosque, que un mal día extravió Queiroz. García Remón ha cogido los hilos. Está en el camino.