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Un Madrid entre Garcías y Galácticos

Antes que este Madrid de los Galácticos hubo un Madrid de los Garcías. Jornaleros de la gloria, que defendieron dignamente un periodo de entreguerras en el que presidía el club Luis de Carlos, un señor de los de antes, al que le horrorizaba endeudarse. Ese Madrid de los Garcías empezaba en García Remón, el más veterano de todos, superviviente por entonces de un pasado mejor. Aquel equipo tenía virtudes fáciles de imaginar. Las que hacen falta para llegar a una final de Copa de Europa en París llamándose simplemente García. Esas virtudes son las que ahora tratará de insuflar a los Galácticos. Lo demás lo ponen ellos.

En medio de esa metamorfosis estamos, y el resultado es ese híbrido que se vio ayer. Media primera hora desconcertante, con los fonómetros midiendo la intensidad de los silbidos con que el respetable discernía el grado de culpa de cada cual en la crisis. Luego, hasta el descanso, un Madrid que fue cogiendo el hilo poco a poco, hizo cosas de mérito, aisladas, y hasta propició varias ocasiones de gol. Con ese mismo son empezó tras el descanso, pero luego fue a menos, a partir del gol. Tan a menos que acabó definitivamente medroso, encerrado en el área, quitándose el balón de encima de mala manera. Con más miedo que vergüenza.

En todo caso, era un día raro. Hasta Osasuna se sintió extraño y tardó en centrarse y en jugar sus bazas. Un día para salvar los tres puntos y aplazar algo la crisis, cuestión conseguida. Algo decepcionante también, porque el equipo puso empeño y con eso se notó más su falta de fútbol, salvedad hecha de ese cuarto de hora final del primer tiempo, de donde se pueden sacar las únicas sensaciones optimistas. Ahora hay días por delante para recobrar la calma y la convivencia, en el vestuario y en el club. Y tres puntos para mirar la tabla y pensar que las cosas no están tan mal. Que el coche ha volcado, pero ha quedado de nuevo sobre las ruedas.