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Ha vuelto la orquesta de Zidane

Noche gozosa en el Bernabéu. El aficionado al fútbol, que asiste un poco estupefacto estos días a la lluvia de noticias y medallas desde Atenas, tuvo anoche la ocasión de identificarse con su pasión favorita. El Madrid tenía un partido de cara, con un adversario ya vencido en su campo, pero no quiso escatimar esfuerzos ante una afición que invadió el Bernabéu. Zidane volvió a ser el jugador mágico que recordábamos de antes de su triste Eurocopa. Ronaldo se apresuró a descontar dos goles de los 35 prometidos. Figo y Roberto Carlos se lucieron por las bandas. Beckham se fajó. Y Pavón dijo aquí estoy yo, con un gol magnífico.

Ese es el único pero: Pavón y los pavones, barridos por la nueva doctrina, menos sugestiva que la anterior. Defensas para acorazar atrás, profesionales curtidos (tipo Morientes) para las suplencias, fuera la cantera. Mientras Pavón marcaba su gol, Woodgate miraba desde un palco, junto a Owen, seguro de que el puesto será suyo, porque por él han pagado veinte millones y Pavón no costó nada. El fútbol genera su propia lógica, muchas veces perversa e interesada, y ahoga propuestas tan libertarias y románticas como esa de los zidanes y pavones. Lo malo es que esta marcha atrás le hará creer a Queiroz que él tenía razón.

Pero ninguna cuestión puede tapar la espléndida realidad esencial de este equipo: es una conjunción de superclases que embellece este deporte. Es una orquesta que se mueve en torno a Zidane, un futbolista que se mueve con la suavidad de un patinador sobre el hielo y que le pone a su juego todo el talento de los grandes. Y que se complementa con un puñado de jugadores colosales. Con ese grupo es inevitable que el equipo vaya hacia adelante y que, con Samuel o sin él, haya espacios y Casillas luzca hasta en noches tan sencillas como la de ayer. Los buenos equipos van arriba, los malos equipos se quedan atrás. Así es esto.