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La absurda moda del directo-diferido

La última moda es el fútbol en directo-diferido. Por si no tuviéramos bastante con los realizadores que se quedan con la cara del último que ha chutado y se desentienden del contraataque que se inicia; eso cuando no se empeñan en repetir la falta y se comen el saque de la misma; o cuando no les da por enfocar al banquillo porque sí, mientras los futbolistas juegan. Por si además de esto no tuviéramos bastante también con los comentaristas arbitrales, frecuentemente despistados, improvisadores de teorías peregrinas para justificar la primera opinión que han lanzado al aire, en lugar de rectificar honorablemente.

Y por si no fuera suficiente, en fin, con los diseñadores, que han caído sobre las camisetas y los balones, inundándonos con colores pastel, que se hacen borrosos e intercambiables en la pantalla y en el campo. Por no hablar de las extravagancias y excesos como la abortada camiseta spiderman del Atlético o la aborrecible camiseta tomatera del Athletic. Por si todo eso no fuera suficiente, decía, ahora los programadores de televisión han caído sobre nosotros con el directo-diferido, que consiste en no televisar un partido a su hora, sino un poquito más tarde. Ni en directo ni en diferido, sino en directo-diferido. Así lo llaman.

Pero no. Es diferido, y como tal lo siente el aficionado. Los madridistas ya los sufrieron la noche del Benfica y la propia cadena, Antena 3, pagó la frivolidad con una baja audiencia. Ahora lo han sufrido los atléticos, cuyo partido de ayer en Belgrado lo retrasó media hora Telemadrid. El programador que hace esto desconoce que para el aficionado el directo es imposible de burlar. Que el hecho de que juegue tu equipo crea un estado de necesidad que la televisión ofende atrasando la emisión. Cada vez tengo más la sensación de que hay mucho frívolo queriendo dejar su huella en un mundillo que no necesita de ellos ni de sus huellas para nada.