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Sobre el fútbol, el talento y el trabajo

Oporto, campeón de Champions; Valencia, campeón de UEFA; Grecia, finalista de la Eurocopa y quién sabe si algo más. Es el triunfo del fútbol trabajado, de los entrenadores estudiosos, de los jugadores sacrificados, de la previsión, de las jugadas de estrategia, del físico, de la cautela táctica. La derrota del fútbol lírico, basado en la inspiración, en el talento, en el ataque, en la generosidad. El triunfo del calcio sin el calcio. No está Italia en ninguno de esos títulos, pero están sus influencias. Porque este fútbol que se ha impuesto es el fútbol que se fabrica en los laboratorios de Coverciano, la escuela de entrenadores de Italia.

Pero no hay que apurarse. La gente seguirá saliendo de casa para ver a los futbolistas, no los diseños tácticos. Eso sí, este año hemos aprendido algo: a qué velocidad ya no se puede entrar en una curva sin volcar. Me refiero al Madrid, que a su modelo arriesgado ha añadido todos los riesgos posibles: talento puro arriba, Beckham y Guti en la media, laterales al ataque, poco o nulo entrenamiento, un lateral del equipo B como central, un zombie como entrenador... Entre eso y la ferocidad combativa del Oporto hay mucha distancia, demasiada distancia. El talento no puede ser tan perezoso ni puede ser dejado en malas manos.

En realidad, ninguna escuela debe desdeñar totalmente a la otra. El trabajo y el orden les hace bien a los talentosos. Pero no sirve para sustituirlos. Scolari empezó la Eurocopa con un equipo amarrategui, y perdiendo, precisamente ante Portugal. Tiró de Deco, Figo y Cristiano Ronaldo y ha llegado a la final. Grecia es un equipo áspero, colocadísimo y defensivo, pero ha tenido que sacar a Tsiartas, esa daga de plata, para resolver ante España y ante Chequia. El talento sin trabajo se queda en poco o nada, pero el trabajo sin talento tampoco alcanza. Talento y trabajo, pero por este orden. Y más de lo primero que de lo segundo, por favor.