Un problema de identificación general

La principal tarea de Luis será darle a la Selección Nacional un toque de equipo de todos que no ha tenido desde la preguerra. Mi padre me contaba orgulloso lo de la plata en Amberes, y más orgulloso aún que España fue la primera selección del continente que ganó a Inglaterra, 4-3, en un lejano día de San Isidro de 1929. Y me contaba también la caída en el Mundial de 1934, en la Italia de Mussolini y ante la Italia de Mussolini, en un doble y dramático partido en el que nos hicieron bastantes trampas. Deduzco que entonces había selección, que la gente vibraba con ella y que aquel fervor fue algo que se llevó el viento de la Guerra Civil.

Porque después, en una España de vencedores y vencidos y con un franquismo que hacía exaltación empalagosa de los símbolos nacionales, la Selección llegó a ser considerada por muchos como un instrumento. Y mirada con recelo. Encima surgió el Madrid de Di Stéfano, con sus éxitos europeos. Y para los que le ponían mala cara, el Barcelona. Y la Selección quedó relegada a algo menor, incapaz de arrastrar los afectos que acaparan nuestros grandes clubes. Cada dos años una fase final a la que vamos desconfiando y salimos enfurruñados. Pasa el tiempo y estamos en lo mismo: no hay estilo, no hay equipo, no hay identificación.

No la hay ni en muchos de los protagonistas. Todo en ese grupo tiene un aire de cosa provisional. Ahí es posible una capea, una concentración en Jerez en vísperas de un partido en Zaragoza o que un jugador nada más acabar el partido diga eso de han salido los jugones que pedíais, ¿ahora qué decís?. Cosas, estas y otras más, inconcebibles en equipos de verdad. Este equipo que debía ser de todos en realidad no es de nadie. Si acaso de Raúl, porque se lo han colocado a la espalda, como un macuto, y visiblemente no puede con ello. La primera tarea de Luis será lograr esa identificación que se perdió hace tantos y tantos años.