Hagan como yo: sean optimistas
Soy de natural optimista. Soy optimista sin pretenderlo ni aborrecerlo, del mismo modo que soy bajito, madrileño o varón, pongamos por caso. Así que ahora que la Selección empieza una nueva fase final, y a pesar de la tozuda realidad, que nos dice que en cuartos para casa, yo confío. Confío una vez más en que esta vez sí será. Como supongo que confían los quince mil españoles que pasan la frontera para este primer partido, como los muchos miles más que tienen entradas para los siguientes partidos. Como confía Raúl, que anuncia: "Es la gran ocasión..."
Quizá, como dicen, un optimista no sea más que un pesimista mal informado. Pero yo busco y encuentro motivos para la ilusión. Este equipo acumula doce títulos de la Champions, siete de la Intercontinental, cinco de la UEFA, cuatro del Mundial Sub-20 y veinticinco de la Liga española, que tenemos como la mejor del mundo. O sea, que estamos defendidos por un grupo de ganadores, hechos a ese ambiente especial de las ocasiones en las que algo grande está en juego. Jugadores que se han atrevido a ser ellos mismos en los momentos difíciles, que han vencido el miedo a perder. Y a ganar.
Sé que hay dudas y que el partido ante Andorra contribuyó a acrecentarlas. Gustó más el equipo del segundo tiempo, el suplente, que el del primero, el titular. Es natural: siempre gusta más el fino estilista que el duro fajador, y más ante sparrings de poca monta. Pero a la hora de ganar partidos oficiales la contundencia tiene un valor impagable. El Equipo A es más feo, pero es más sólido y tiene más gol. Nos emociona menos, pero nos ofrece más garantías. Así que hagan como yo: sean optimistas. Al menos hasta que la dura realidad nos obligue a retractarnos. Que ojalá no.