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La escurridiza cuestión del doping

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Me gusta seguir los comentarios de Antonio Alix en Eurosport, sean de ciclismo o atletismo, por su profundidad. Como recibe e.mails mientras narra, los va contestando, de manera que la transmisión se mezcla con una especie de debate de gran interés, porque los que entran no suelen ser gente vacía. Tratándose de los deportes de que se trata, no es raro que salga a relucir el doping. Y él repite machaconamente una idea: "Vean esto como un espectáculo. Piensen en la excelencia de la prueba. Si pensamos en lo que hay detrás, habría que plegar y marcharse. La forma de enfrentarse a esto es considerarlo un espectáculo y disfrutarlo."

Dicho de otra manera, el tema del doping es tan escurridizo e incontrolable que hay que resignarse a convivir con él. Doctores hay para perseguirlo, pero es una lucha desigual. El delincuente va por delante de la policía. Cuando la policía descubre que es posible detectar las huellas dactilares, los ladrones se ponen guantes, y así siempre. Frente a los sistemas de detección del doping están los de enmascaramiento. Una carrera sin fin de laboratorios, que da ventaja al más rico, al que mejores médicos puede pagar. De cuando en cuando hay éxitos parciales, como la reciente aproximación a la EPO, pero en seguida vuelve a abrirse la brecha.

Para peor poner las cosas, la lucha antidoping nunca ha sido honesta, seria ni coordinada. Se han buscado chivos expiatorios (Ben Johnson) y se ha hecho la vista gorda con gente más fuerte. Para mayor ignominia, se ha permitido al Dream Team ir a los JJ OO con barra libre. Cada federación ha ido a su bola, y el caso De Boer es el mejor ejemplo. Encima, se han dado casos de deportistas suspendidos que han pleiteado contra su federación y han conseguido indemnizaciones millonarias. El doping exige un replanteamiento general. Y hasta entonces, como dice Alix, disfrutemos el espectáculo como en el cine, sin pensar que todo es mentira.