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Carranza, Teresa Herrera y lo demás

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Medio sepultados por la tremenda avalancha en que se ha convertido el fútbol de verano, el Teresa Herrera y el Carranza reclaman este fin de semana un poquito de atención. Su papel ha cambiado con los años, que han intensificado tanto los partidos en agosto que ya no hay ni tiempo para enterarse de los resultados. Es la sociedad insaciable. Insaciable de todo, pero especialmente de fútbol. Aún no ha acabado la temporada cuando ya empieza la siguiente con la Intertoto, que ha llegado a jugarse con los suplentes mientras los titulares veranean. Regresa un equipo de vacaciones y se ve metido de hoz y coz en el pórtico de la Champions.

Cuando agosto era un vacío, A Coruña y Cádiz (luego también Huelva, con su Colombino) se atrevieron a organizar trofeos de verano, que para los aficionados eran algo así como las primeras gaviotas que encuentra el marinero tras una larga travesía, las primeras señales de que está llegando a tierra. Los trofeos, bellos e importantes, están hoy en las salas de los principales clubes de España y del mundo en lugares preferentes. La vocación atlántica de ambas ciudades las impulsó a traer de manera permanente equipos americanos. Y en aquellos años la única forma de tener conocimiento del fútbol más allá del charco era seguir estos torneos.

Ahora no es así. Ahora todos los americanos buenos juegan en Europa y todo se ve por televisión. Y si nos falta alguno, ahí está la Copa América, televisada. Ahora no hay gaviotas que anuncien nada, porque el fútbol es un magma sin fin. Y sin embargo yo valoro la dignidad con que estos viejos torneos sobreviven, con su seriedad, su modelo cuadrangular y el aire festivo, un poco como de feria taurina, que su llegada provoca en la ciudad. Dos obras bien hechas, tan bien hechas que han sabido resistir el paso del tiempo y la competencia descomunal de advenedizos que bien se ha visto que han sido incapaces de mantenerse con la misma dignidad.