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No se puede regalar prestigio

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No se puede regalar prestigio. Los partidos hay que jugarlos siempre con la determinación de ganarlos por uno mismo, no confiando en que están ganados de antemano. El Madrid se confió, se relajó, se acomodó, y lo pagó con una derrota que según cómo se mire no significa nada o sí significa mucho. Porque el Madrid fue a jugar este partido para ganar dinero pero también para abrir un mercado. El dinero se lo aseguraba con jugar; el mercado necesitaba algo más. Necesitaba una actuación que reforzara el prestigio de la institución. No la ofreció.

El fútbol sin entusiasmo es un sucedáneo sin gracia. Y el Madrid jugó sin entusiasmo. Hay explicaciones: el largo viaje, el largo protocolo previo, la hierba alta, la distancia técnica que se presumía entre ambos. Incluso la excesiva prudencia inicial de salida de los egipcios contribuyó a ello. El Madrid pensó que el partido caería solo, como fruta madura. Pero el deporte tiene un efecto de vasos comunicantes. A menor entusiasmo de uno, mayor del otro. Tras el descanso el Al Ahly salió con otra cara. Sin complejos, entusiasta, decidido a conseguir una victoria importante.

Y la consiguió. Y no sólo eso, sino que desencuadernó al Madrid. Una cosa es perder y otra enseñar el culo y las orejas, y esto último es lo que le pasó al equipo de las megaestrellas. Desbordado por la velocidad en los ataques, dejó no ya la imagen del gran equipo que pierde por descuido o falta de motivación, sino la de equipo desestructurado, con verdaderos problemas de fondo. Batible. Casi vulgar. Dos tiros al palo impidieron que el equipo encajara tres goles en medio partido. Una sorpresa feliz para los egipcios. Si se llegan a dar cuenta antes no sé lo que hubiera pasado.