Derby: el transporte emocional del jugador

Los derbys guardan en sí cierto enigma. Producen un fútbol diferente al de Liga, y diferente también al de Copa, aunque más próximo a éste. Quede bien entendido que llamamos derbys a los partidos de rivalidad, como los llamábamos tiempo atrás. Partidos entre equipos que disputan la primacía en la ciudad. A veces, por extensión, en un país (Madrid-Barça). Pero en realidad es más derby el que se juega entre equipos de la misma ciudad, porque en esos casos los jugadores se ven rodeados desde días antes (muchos días, si se trata de Sevilla) de un ambiente atosigante.

Es el amigo con el que se toma las cañas; es el camarero que se las sirve; es el empleado del banco en el que mueve su dinero; es el currante del taller que le revisa el coche; es el guarda de seguridad de la urbanización de lujo. Si es partidario de su equipo, le dirá al jugador: "¡A ver si les dais a esos, que están muy crecidos!". Si es del otro equipo, no le dirá nada, pero el jugador verá en su silencio y en su mirada torva el deseo del desfavorecido por la vida de tomarse una revancha: "Como te ganen los míos me voy a reír de tí". Estas palabras no se pronuncian, pero son perfectamente audibles.

Y luego están las ruedas de prensa, y los encuentros a requerimiento de los medios de comunicación. Todo ello va creando un impulso interior en el jugador que le hace ser distinto a otras veces. Le provoca, le desboca, le desborda, le desinhibe. Y llegado el partido decide por su cuenta más que nunca, olvida la pizarra, se arriesga, puede cometer los mayores errores pero también puede ofrecer lo mejor de sí. Son partidos en los que cada jugador experimenta un transporte emocional que le hace ser más primario, más auténtico, más él. Por eso son los partidos favoritos de todos.

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