La flor de Antic se agotó pronto

Comentaba Paco González poco antes del final del partido del Camp Nou que según Manolo Lama Antic tiene Flor. "Ahora veremos si la tiene y el Barça aún gana el partido". Y no, no ganó el partido, aunque dispuso de alguna llegada clara y de una falta en magnífica posición. Pero eso no significa que Antic no tenga flor. Se notó en los primeros minutos. Porque así como nos asombramos de la facilidad con que al Barça se le volatilizó la ventaja de dos goles, nos deberíamos haber asombrado de la facilidad con que la adquirió. Una mala salida de Aranzubía dejó la portería franca para el cabezazo de Saviola. Una mala colocación de la defensa del Athletic facilitó el segundo. Y dos a cero en trece minutos. Tal como están las cosas en el Barça, era como quitarse una bota malaya.

Claro que parte del mérito correspondió a Antic, no sólo por la flor, sino porque él colocó a Kluivert y a Overmars en las zonas del campo en que mejor pueden expresarse. Como hizo con casi todos. En realidad, es el gran secreto de un buen entrenador: colocar a los jugadores donde mejor lo hacen, y dejar que el dibujo del equipo sea consecuencia de sus condiciones naturales. Parece lógico, y es muy aconsejable en toda actividad de grupo, pero no todos los entrenadores lo hacen. Eso de que los árboles no dejan ver el bosque se puede traducir para el caso en que a muchos entrenadores la pizarra (o la libreta) no les deja ver el fútbol. No es el caso de Antic, que hizo el equipo desde los jugadores, no desde un dibujo. Y le salió un equipo lógico. Pero muy livianito.

Lo que yo pensaba al cuarto de hora cuando daba por sentado que el Barça ganaría era que ese equipo tenía muy poco detrás. Nadie por si falta Overmars. Luis Enrique por si faltan Kluivert o Saviola. Nadie tras Puyol o De Boer, y no digamos tras Bonano. Nadie tras Sorín. Por ahí andan Rochemback, si sirve para algo, Motta, que sí sirve, aunque es un peleas, quizá Iniesta y Riquelme, que tiene tanta cara de problema como de solución. Es la consecuencia de tres años de gasparismo, que con 30.000 millones ha parido esa plantilla. Pero lo que apareció después, poco a poco, fue mucho peor: la falta de entereza del grupo titular, la mandíbula de cristal que permite que se evapore una ventaja tan clara de dos cero. Por cobardía, por entregar el balón, por creer que con dos golpes de suerte en quince minutos vale.

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