Del fútbol, de Rajoy, de violencia y de policía

Hace dos días me vi en Córdoba, cortésmente invitado por la Asociación de Periodistas Deportivos. Invitado el lunes a una gala que premió a los mejores deportistas del año pasado. Contertulio a la mañana siguiente en un debate sobre la violencia en el deporte. (Eufemismo de fútbol para lo que nos ocupa). Regresé con un humor equívoco. Disfruté del encuentro con tantos compañeros de oficio, lejanos en el tiempo o en la distancia (Astruells, Nadal, Lorente, Sagastume...) pero lamenté la estéril tentación del mea culpa de nuestra profesión en la dichosa violencia en el fútbol.

Y lo que allí dije quiero compartirlo con ustedes. No creo que ese problema exista como tal. Desgraciadamente, en este país hay más de mil muertes violentas al año. Ni una cada dos años es achacable al fútbol. La exaltación de algunas minorías en los estadios provoca alarma social porque cuando algo pasa en un estadio hay una docena de cámaras que lo recogen. Pero dada la concentración de masas que cada domingo provoca el fútbol habrá que convenir en que su participación estadística en los desastres sociales es muy modesta. Si queremos ser justos. Si no, hagamos como Rajoy.

Porque a Rajoy le gusta lucirse en ese tema. Cada vez que se da una de esas escenas turbulentas grabadas por doce cámaras (cada cuatro meses) relanza un ventajista ejercicio de culpabilización contra la prensa deportiva. Y lo que más rabia me da es que en mi oficio hay gente tan pardilla que se siente mejor comprando esa teoría como noble ejercicio de autocrítica. Abusan de ellos. En el fútbol pasa poco, y lo poco que pasa es porque la policía (de Rajoy) va a ver el fútbol, no a hacer su trabajo. Por eso un majara se cuelga en el cuello de Prats. Por eso pasa lo de Figo sin ningún detenido. Y ya vale.

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