No hay peor cuña que la de la propia madera

Los equipos vascos son sospechosos de intercambiarse cortesías cuando uno necesita los puntos y el otro no. Pero cuando los dos están necesitados es fácil que en la trastienda del partido se agiten viejas rivalidades. Y entonces lo que aparece es lucha máxima, dureza, fútbol macho, sin cuartel, sin prisioneros. En un partido así se dejó anoche la Real el invicto, bajo la lluvia de San Mamés, ante las botas erizadas de un Athletic que salió al campo pensando que ya está bien, nosotros amenazados de descenso y estos invictos.

Un gran partido. Un líder con las botas erizadas desde el principio también, porque en el aire se mascaba la tensión de la rivalidad. Lluvia y cánticos en San Mamés, y abajo el orgullo del viejo Athletic, cuya determinación acabó por desencuadernar a la Real. Un éxito personal, el de Etxeberria, el extremo cuyo salto de Atocha a San Mamés provocó heridas que aún no se han cerrado. Y un fracaso personal, el de Nihat, perdido, superado, que se desquitó de su impotencia con una patada terrible que le costó la roja y le costará partidos.

La caída de la Real reaviva a los demás. El Madrid sumó su tercer empate consecutivo en partido que debió ganar. Son seis puntos al limbo. Pero a diferencia de los anteriores, el empate de ayer sí le vale. El Valencia, mientras, paso a paso, se ha metido ahí. El Depor también hace la goma. A todos les aprovecharon más los puntos precisamente porque por primera vez la Real ha caído. El mérito es del Athletic, un grande venido a menos pero que cuando saca el orgullo es capaz de todo. Hasta de batir a la imbatible Real Sociedad.

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