Torero grande para grandes ocasiones

Los dimes y diretes dieron paso al fútbol. Y a un fútbol de compromiso. Hablo del Atlético, por supuesto, que empleó la semana en un ejercicio de catarsis que ayer debería verse refrendado o fracasado según lo que ocurriera sobre el campo. Y lo que ocurrió sobre el campo fue que Fernando Torres, El Niño Torres, soltó un partido de esos que sólo los elegidos son capaces de soltar. Las penas, las dudas, los dimes y diretes, el si el bueno es Luis o si es Gil, el si es que este club no tiene remedio, todo eso se evaporó gracias a este chaval, que desplegó sobre el campo todo el buen fútbol que lleva dentro.

"Jugador grande se ve pronto", me comentó una vez un sabio del fútbol que no era de Hortaleza. Al Niño Torres se le vio pronto. Ya hace cuatro años en los ambientes del fútbol madrileño se hablaba muy bien de él. El Madrid hacía maniobras para birlárselo al Atlético. Dio su primer salto en popularidad en un Europeo Sub-16, en Inglaterra, donde España fue campeona y él, mejor jugador y máximo goleador. Ya era famoso, pero tenía por delante una cuesta difícil de subir: la cuesta del éxito. Y le tocó comenzarla en condiciones duras, cuando su club bajaba a Segunda, por primera vez en sesenta años.

Ayer despejó dudas. Confirmó que es torero grande para tardes grandes. Les ha dado una lección a su mayores. Ha desenredado la maraña que estos crearon, exhibiendo su arte de delantero centro moderno. Tiene un físico ligero, pero no se arruga. Es exquisito, pero también contundente. Es favorito del público, pero es generoso. Juega y hace jugar. Marca goles y los da. Y brilla donde más cuesta, en el área, donde muerden los cocodrilos. Donde sólo los elegidos disponen de esa tranquilidad mental que permite ganarle unas décimas de segundo al contrario, al balón, al mundo. Un galáctico más para el derby que viene.

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