El penúltimo vuelo de ‘El Buitre’ cumple 30 años
El 9 de octubre de 1994, el legendario jugador del Real Madrid anotaba el que sería su último gol con la camiseta blanca. Se marchaba tras una década en la que ganó seis Ligas, pero le quedó la espina de la Copa de Europa
Fue una jugada disruptiva. Butragueño recogió un balón de Míchel, se internó en el área y disparó. Ceballos, portero racinguista, desvió el balón con su cuerpo, pero acabó cayendo a los pies del 14 aquella tarde y tras el rechace, marcó a puerta vacía. Era el 3-1 del Real Madrid sobre un Racing que llegaba con aroma de jugones, con Quique Setién a la cabeza. Apenas habían transcurrido un par de minutos del gol cántabro, por lo que el tanto de Butragueño serenaba las aguas de un Bernabéu que había visto ya goles de Zamorano y Martín Vázquez, y de Popov, que acortó distancias antes de que El Buitre finiquitara el encuentro.
Era comienzos del mes de octubre, que a la larga sería revolucionario para la entidad blanca: nadie intuía que ese iba a ser el último gol de Butragueño en Liga con el equipo blanco. Un Buitre que veía a Alfonso como su sucesor, pero que no aventuraba que al fondo aparecía un joven jugador que se consagraría como una de las grandes estrellas de finales de siglo XX y comienzos del XXI: Raúl.
Para Butragueño fue una campaña agridulce. Por una parte, los blancos apuntaban a la Liga tras cuatro años de dominio azulgrana, pero Emilio comenzaba los partidos desde el banquillo. Mientras, sus compañeros de La Quinta (Martín Vázquez, Míchel y Sanchís), eran piezas indispensables e indiscutibles en los onces de Valdano, técnico del equipo blanco. Ese sería el último gol de Butragueño: jugaría una última vez en enero de 1995 ante el Celta (4-0) y en mayo de ese año anunciaría su marcha. Posteriormente se conocería que se marcharía al Atlético Celaya mexicano. Luego habría un último vuelo en un amistoso ante el Roma (4-0). Era su partido homenaje. Marcó de penalti y sus compañeros le mantearían en su última aparición en su amado Bernabéu...
Se marchaba así, tras ganar seis Ligas, cinco de ellas de manera consecutiva, en una etapa en la que tanto él como sus compañeros de La Quinta, cambiaron y modernizaron el panorama del fútbol español: balones al suelo, nada de la llamada furia española, juego al espacio, a un toque, con velocidad, precisión y carácter, dominando a sus rivales. Sólo les quedó ganar la Copa de Europa, algo que rozaron en 1988. Pero siempre quedará su legado.
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