366 HISTORIAS DEL FÚTBOL MUNDIAL | 11 DE MAYO
Los «yeyés» ganan la sexta (1966)
Estábamos en la undécima Copa de Europa. El Madrid había ganado las cinco primeras y había sido finalista derrotado en la séptima (por el Benfica) y la novena (por el Inter). Y ya era otro Madrid. Aquella derrota ante el Inter le costó la salida a Di Stéfano. Santamaría y Puskás siguieron aún dos temporadas más, pero en esta de que hablamos pasaron a ser suplentes en los primeros meses de la misma. Estaba cerrada además la importación de extranjeros, así que el Madrid se recompuso con jugadores nacionales, varios de ellos de la cantera. En la liga no iba bien, acusaba la renovación, pero en la Copa de Europa fue saliendo adelante: Feyenoord (al que Puskás marcó cuatro en el Bernabéu, su canto del cisne), Kilmarnock, Ander lecht… Hasta llegar a las semifinales con el Inter, campeón de las dos últimas ediciones. El equipo había ido madurando durante la temporada, con la inclusión de Velázquez como cerebro, el retraso de Grosso a la media, pasando Amancio a interior en punta y dejando la banda derecha a Serena. Se veía un buen equipo, pero ¡el Inter…! El Inter de esos años era el demonio: cerrojo, fútbol egoísta, pase largo de Suárez, gran velocidad de Jair y Mazzola y tiros libres de Corso. Eso, más la detestada figura de Helenio Herrera. Bueno, pues el Madrid les eliminó: 1-0 y 1-1, y eso fue el boom. Un reportero, Félix Lázaro, tuvo la idea de hacer un reportaje fotográfico en el que Betancort, Velázquez, De Felipe, Pirri, Grosso y Sanchís se colocaron pelucas de beatles. El Madrid lo supo y pretendió frenar el reportaje. Al menos llegó a un compromiso con el periodista: que no se publicara hasta después de la final.
Se jugó la final ante el Partizan, que a su vez había eliminado al Manchester en semifinales. Un buen equipo, representante de la gran fortaleza del fútbol yugoslavo por aquellos años. (Para los más jóvenes, conviene aclarar que Yugoslavia englobaba entonces lo que hoy son los Estados de Eslovenia, Croacia, Serbia, Montenegro, Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Kosovo.) El Madrid se presenta en una final por primera vez (y única) con once españoles. El choque ante el Inter le ha dejado sin Betancort (canario) y Calpe (valenciano) por lesión. Juegan: Araquistáin (guipuzcoano); Pachín (cántabro), De Felipe (madrileño), Sanchís (valenciano); Pirri (ceutí), Zoco (navarro); Serena (madrileño), Amancio (gallego), Grosso (madrileño), Velázquez (madrileño) y Gento (cántabro). Gento, que ganará su sexta Copa, es el gran enlace con el Madrid imperial, aunque también está Pachín, que cabalgó a lomos de las dos generaciones: ya fue campeón en 1960.
Fue el mismo día que Antoñete, gran madridista, hizo la faena más prodigiosa de su vida con la cooperación de un toro blanco de Osborne. Buen augurio. Empieza el partido (ya había televisores en España en muchísimas casas, y se siguió masivamente) y se ve que el Partizan es mejor. Fútbol más moderno, mejor combinado. Y se adelanta, ya entrada la segunda parte, a la salida de un córner. Pero el Madrid corre, corre y corre horrores. De repente, un pase luminoso de Velázquez a Amancio, que se va, recorta dos veces a su defensa y cruza el balón. Una maravilla de gol. Poco después, Serena alcanza un remate colosal, desde treinta metros, a la escuadra. El Partizan baja la cabeza, agotado. No puede más ante esos chicos que corren y corren y no paran. Al pitido final, el campo, Heysel, se llena de emigrantes eufóricos. El regreso a Madrid es triunfal, porque esta copa no la esperaba nadie.
El Alcázar publica el reportaje de Félix Lázaro y el equipo queda inmortalizado para siempre con el mote de Madrid «yeyé». (La expresión «yeyé» se asociaba entonces a la juventud partidaria de la revolución cultural y musical que nos venía de Inglaterra.) A Bernabéu y su gerente, Antonio Calderón, ya no les pareció tan sacrílego. Incluso les cayó en gracia.