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LA ENTREVISTA

Megido: 'El fútbol moderno acabó con los jugones como yo'

Esta es la historia de un futbolista genial, un jugador tan bueno como bohemio. Es Alfredo Megido, un artista del balón al que seguía de cerca Bernabéu.

Actualizado a
Alfredo Megido
PACO PAREDESDIARIO AS

Dígame, ¿se considera usted andaluz o asturiano?

Diré que muy asturiano. Nací circunstancialmente en Peñaflor, provincia de Sevilla. Mis padres, asturianos también, trabajaban allí en una mina de cobre que gestionaba una empresa asturiana. Al año de nacer nos vinimos para Asturias.

¿Dónde empezó a jugar?

En cualquier calle de Llaranes (Avilés) montábamos un partido. Ahora te multan por jugar (risas). Y en el colegio de los Salesianos, que tenía un campazo que se llamaba Carbonilla. Ahí fue donde empezamos todos. Quini, su hermano, yo mismo...

¿Era compañero de Quini?

Él era un par de años mayor, pero sí, fuimos al mismo colegio.

¿Cuándo supo usted que sería futbolista?

Siempre lo tuve metido en la cabeza, pero el salto fue cuando falleció mi padre. Me vi en unas circunstancias difíciles y en la necesidad de elegir entre trabajar en Ensidesa (empresa siderúrgica que daba trabajo a la zona) 40 años, como mis hermanos, o romperme la cara jugando. Y tiré por el fútbol.

¿Le ayudó alguien?

Varias personas. Pero el que me dio la oportunidad fue el vicepresidente del Ensidesa, que entonces era un filial del Sporting. Manuel Martínez se llamaba. Era ingeniero de mi padre en la empresa. Me mandaron a hablar con él y me dijo que iba a tener un sueldo de empleado de Ensidesa, pero para jugar al fútbol. Yo tenía 16 años.

¿Qué pasó después?

Me mandaron al Deportivo Gijón, en Primera Regional. Con 17 años ya estaba debutando en Tercera con el Ensidesa. Justo después, en la 71-72, me llamó Carriega para entrenar en el Sporting. Todo fue muy rápido.

¿Cómo era aquel Sporting?

Estaba recién ascendido después de veintitantos años y había una ilusión tremenda. Como la que puede tener ahora la gente del Eibar. Imagínese, tan jóvenes, jugando en esos campos, ante gente como Rexach... Hasta ante Zoco llegué yo a jugar.

¿Qué equipo tenían?

Aquel Sporting cogía mucha gente del Ensidesa. Primero a Castro, el hermano de Quini, un portero fabuloso. Luego a Quini, a mí... Llegó Churruca, un extremo especial. Quini, Churruca y yo formamos un buen tridente. Llegamos a ser internacionales los tres a la vez...

¿Cómo se organizaban?

Casi con cuatro delanteros jugábamos. Por eso aquel Sporting le metía cuatro a cualquiera. Lavandera, Megido, Churruca y Quini de mediapunta, siendo casi el que mejor remataba.

¿Por qué tenía usted esa fama de hombre díscolo?

Puede que fuera por mi filosofía de vida. Para mí el fútbol, aparte de ser mi modo de vida, era un juego. ¡Jugaba para divertirme!

¿Qué significa eso para un futbolista de élite?

Me decía el entrenador: “¡Marca al defensa!”. Y yo pensaba: “¿Pero qué es eso?”. No entendía nada. Decía: “Si son los defensas los que tienen que marcar a los delanteros”. Hombre, lo digo un poco de broma...

Pero lo dice.

(Risas). ¡Cuando empezaron con el fútbol moderno acabaron con los jugones! ¡Con los que lo hacíamos bonito!

¿Estaba cómodo en el papel de futbolista distinto?

Yo, por ejemplo, había tocado en un grupo de música...

¡En los primeros 70!

Músico era yo, sí. Agárrese para escuchar el nombre del grupo: Deep Sound. Sonido Profundo se traduce.

¿Qué tocaban?

De todo. Le puedo mandar hasta un disco. Yo tocaba el contrabajo.

¿Lo alternó con el fútbol?

Empecé con el grupo con 14 años. Cuando murió mi papá espabilé, regalé mi guitarra y dije venga, a sudar la camiseta. Pasé de ser hippie a ponerme bonitas corbatas.

¿Ligaba más con el grupo o con el fútbol?

De cualquier forma (risas).

¿Le costaba cuidar el pelo a lo afro que llevaba?

Me lo cortaba poco, sí. Incluso me llegué a hacer la permanente a lo Jimi Hendrix por una apuesta que hicimos en el Betis.

Cuente...

Nos íbamos de mariscada y pagaban los que no se la hicieran. Yo fui uno de los que me la hice (risas). Y Anzarda, Alabanda, que ha muerto hace poco el pobrecillo... No sé, si éramos 15 los que apostamos por lo menos ocho acabamos con permanente. Y me dejé el pelo así un par de años.

¿Cuál es su mejor recuerdo en el Betis?

Hombre, había un grupo humano tremendo. Cada día era una fiesta. Rogelio, Bizcocho, Biosca... ¡Estaba Gordillo! Lo mejor fue ganar la Copa. Y fue ante el Athletic de Churruca, con el que había estado cuatro años en el Sporting y debería estar tres más en el Hércules. El otro día lo vi, porque está viviendo en Gijón.

¿Le quiso fichar el Madrid?

El futbolista era el último en enterarse de todo. Pero algún periodista me llamó para decirme que sí, que iba muy en serio.

¿Qué pasó?

Si es que había interés, cometí una estupidez que pagué. Había en la época un actor de teatro que se llamaba José Bódalo. Era un gran madridista e incluso colaboraba en el Marca o así. Fuimos a jugar con el Sporting al Bernabéu y tuve la suerte de meter dos goles. Uno fue el gol 500 del Sporting en Primera.

¿Sí?

Fue un 6 de enero de 1974. Vino Bódalo, no sé si para molestarme o qué, y me dijo: “Acaba de comentar Bernabéu que los dos goles que metiste fueron dos churros”.

Anda...

Y yo que era un niño, porque tenía 20 años y ya sabe usted cómo era yo, le dije: “Pues me parece a mí que Bernabéu está chocheando ya”. Fíjese qué barbaridad. A partir de ahí...

Claro. Nada de nada...

No sabe usted la polvareda que aquello levantó. En fin, un error de juventud. Piqué como un tonto.

¿Le quiso fichar algún otro grande?

Estuve con el billete sacado para ir al Valencia. Pero no hubo acuerdo. Había un futbolista que debía ir a Gijón y la ficha de ese jugador era muy cara y le acababan de operar de la rodilla... Total, que no salió. Ese año me traspasaron al Granada, al que acababa de llegar Miguel Muñoz.

¡Gran equipo de la época!

Dése cuenta, estaba Miguel Muñoz, que antes era el técnico del Madrid. Sí que podía haber algo de interés del Madrid en contratarme...

¿Cómo era su relación con Miguel Muñoz?

Pues estupenda. Era un cachondo, un fenómeno.

Don Miguel Muñoz...

¿Don Miguel Muñoz? Por favor, ese hombre era un caballero. Un tío tranquilo, comprensivo... Me supo llevar muy bien.

Pues bajaron a Segunda.

Hombre tuvimos cuatro lesiones de gravedad y bajamos en el último partido. Era un equipo aquel para haber quedado entre los seis primeros, seguro.

¿Se arrepiente de algo en su carrera?

Creo que no... Yo tenía un don, una cierta habilidad y velocidad. ¿Le va a pedir usted a Isco que defienda? Pues defenderá un 10% del partido, no se va a pasar todo el día defendiendo... Es que es una pena desperdiciar así a jugadores buenos. A mí me querían reventar a defender. ¡Pues mire sí, me arrepiento de haberme gastado muchas veces en defensa! ¡Que no tenía que haberlo hecho!

No se caliente. ¿Tenía muy mal genio como jugador?

También me daban mucho.

¿Quién pegaba más duro?

Había tres o cuatro... Y los árbitros permitían, y mucho.

Era otra época.

Había un tal Sanjosé en el Sevilla que daba miedo. Te lanzaba unas dentelladas que parecía un martillo. Benito daba mucho también en el Madrid, han saltado chispas. Luego era un fenómeno. El mismo Camacho y Chendo. Y Migueli, en el Barça, cuando entraba al cruce era un camión (risas). Había jugadores muy serios. Como decía Miguel Muñoz: “Señores, ustedes al límite del reglamento. Lo que permita el reglamento hay que hacerlo”. No eran buenos tiempos para los jugones como yo. Acuérdese de Solsona, que era de mi edad. ¡Se fue de España! Dijo: “¡Aquí no se puede jugar oiga, aquí te matan!”. Y fue a Francia...

¿Se achantaba?

¡No hombre! Si a mí me expulsaron dos veces por responder. Claro, si un tío te escupe a la cara y te llama no sé qué, como hizo Navarro las dos veces... Una me pusieron dos partidos, la otra cuatro por reincidente (risas). Era un lateral que tenía el Celta que estaba medio... En fin, no merece la pena.

¿Cuál fue su mejor gol?

No sé... Me acuerdo mucho de uno, el de mi debut con España ante Escocia. ¡De cabeza! Y mire que la tenía sólo para pensar, y poco (risas).

Un extremo como los de antes que fue célebre en Gijón

Alfredo Megido Sánchez (Peñaflor, Sevilla, 1952) jugó como profesional en el Sporting (1971-75), Granada (1975-76), Betis (1976- 78), Girondins (1978-79), Málaga (1979-80) y finalmente Hércules (1980-83). En total, 225 partidos y 39 goles en Primera. Fue un extremo diestro polivalente, un jugador tan genial como bohemio, autor de un fútbol de exquisito. "Ya no quedan extremos como los de antes", dice, "yo jugaba un poco como Figo". Llegó a ser internacional. "Kubala sólo me llamó esa vez. Aquello me hizo daño. No como para dejar el fútbol, pero sí me deprimí un poco. Se me quitaron las ganas de jugar. Bajé los brazos. Me dije: '¿Para qué luchar?'. Hombre, la Selección era un objetivo para todos, y era muy difícil llegar desde un equipo como el Sporting". A Megido aún le sorprende la fama que tenía de jugador que se cuidaba poco: "Para nada. Es que yo maté un gato y ya me llamaron matagatos. Fui un día de fi esta y cada vez lo cuenta uno de los que me vio. Y parecen cien veces. En Granada me hicieron una buenísima: "Megido y las noches del Sacromonte", titularon. Y para molestar bien, en Navidad. Pues créame, la vez que yo salí en Granada fue en septiembre, que había ido solo, sin la familia, para ir eligiendo casa y eso, y me invitaron a un par de sitios un día para conocer la ciudad. Así funcionaba el tema, como si yo estuviera todas las noches en el Sacromonte tocando la guitarra". Tras retirarse como futbolista, Megido se estableció sucesivamente en Granada, República Dominicana y Cuba, de donde volvió ayudado por los veteranos del Sporting y de la Federación para ser operado de una enfermedad coronaria. Actualmente reside en Avilés.