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LOS ANGELES LAKERS

El ocaso de LeBron: ¿se acerca el final del reinado más grande?

Con casi 37 años y 19 temporadas a sus espaldas, LeBron empieza su propia decadencia. Una carrera de leyenda que solo el tiempo va a poder frenar.

Plantilla envejecida, entrenador cuestionado y una cantidad ingente de lesiones. Los Lakers caen en sus propios errores mientras les envuelve la sombra del fracaso.
ANDY LYONSAFP

La deriva de los Lakers cuadra bastante con el título que Gabriel García Márquez puso a Crónica de una muerte anunciada. Más por el continente que por el contenido, pero todo ello en una frase que se ajusta muy bien a lo que el equipo angelino está siendo. Porque todo el mundo sabía que podía pasar. Todo el mundo veía que pasaría. Y, al final, está pasando. Y, sin saber cómo va a acabar la situación ni cómo finalizará la temporada, está claro que, en estos momentos, los Lakers están muy por debajo de las expectativas (por decirlo suavemente), muy lejos de un anillo que ahora mismo es una quimera y muy lejos de lo que la entidad ha sido como entidad, la base social que tiene o la tradición histórica que acompaña a los 17 campeonatos que representan la parte más grande del currículum de la grandeza personificada. Un desastre con tintes casi ridículos que corresponde también a una autodestrucción propia, a un daño autoinfligido de la manera más tétrica y bochornosa posible. Y muchas cosas que mejorar en una NBA que no espera a nadie. Ni siquiera a los Lakers.

Eso sí, todo pasa por, de nuevo, la salud de las estrellas. Y si bien Anthony Davis ha representado durante tanto tiempo a ese hombre de cristal, es LeBron James el que empieza a preocupar. Y ya era hora, pensarán algunos. Con una carrera legendaria a sus espaldas, el ocaso de El Rey parecía no llegar nunca. En su primera temporada en los Lakers, tras una exhibición tremenda con los Cavs, se perdió 27 partidos, récord personal. Y ya por esas fechas se hablaba de decadencia; nada más lejos de la realidad. Al año siguiente hubo anillo, MVP de las Finales y título de máximo asistente. Y el año pasado, entre luces y sombras, se fue a 25 puntos, 7,7 rebotes y 7,8 asistencias. Una barbaridad a pesar de las constantes molestias físicas y de tener que pasar por el play-in para disputar unos playoffs en los que dijeron adiós en primera ronda. Pero, pero, pero...

Lo último a lo que se ha tenido que enfrentar LeBron es un positivo por coronavirus que le volverá a mantener alejado de las pistas durante al menos 10 días. Según Michael J. Babcock, periodista de TMZ, LeBron dio positivo en una prueba rutinaria. En una segunda prueba, el resultado fue negativo. Y, en la tercera, de nuevo positivo. El jugador, asintomático y con la pauta de vacunación completa, fue trasladado en un jet privado facilitado por los Lakers de Sacramento (los angelinos jugaban contra los Kings) a Los Angeles, en un viaje relativamente corto entre dos ciudades que se encuentran dentro del tercer estado más grande de Estados Unidos, California. En total, la cuarentena que pasan de mínimo los positivos por coronavirus es de 10 días. Pero hasta que las pruebas negativas no sean repetidas y el personal médico dé el visto bueno, LeBron no podrá volver con sus compañeros. En total, la estrella ha disputado 11 partidos esta temporada, los mismos que se ha perdido. Y otro frío dato: en sus primeras 15 temporadas, LeBron se perdió un total de 71 partidos. En las cuatro últimas, todas en los Lakers, lleva otros 71. Y sumando, claro.

Aprender a vivir sin LeBron es algo a lo que se acostumbrarán los equipos cuando se haya retirado, y no cuando se sigan formando proyectos en torno a él. De hecho, los Lakers ya han sufrido su ausencia desde que aterrizó en la franquicia y los resultados no han sido precisamente positivos: el récord en la 2018-19 sin LeBron fue de 9-18; de 2-2 en la segunda, la del anillo, la que menos se lesionó con un resultado final que habla por sí solo. 12-15 en la pasada y 4-7, de momento, en la presente. En total, 27-42, un 39,1% de victorias sin El Rey y su alargada figura. Y la nueva baja, que se alargará unos días, tuvo su primer examen en Sacramento. Uno que los Lakers aprobaron, . Pero con la cabeza puesta en una idea que ondea muy claramente por encima de la franquicia en general y de la plantilla y la afición en particular: si están todos sanos, los Lakers podrían plantearse algo esta temporada. Quizá no el anillo, pero sí disipar dudas sobre qué equipo son y, sobre todo, qué equipo pueden llegar a ser. El problema es: ¿estarán todos sanos en algún momento?

Un reinado sin fin

LeBron llegó a la NBA en 2003. Ha pasado 11 temporasas en Cleveland, cuatro en los Heat y otras tantas en los Lakers. Y no ha dado pistas sobre su retirada. Lo único que ha dicho es que no descarta jugar en la NBA con su hijo mayor, Bronny, que el pasado 6 de octubre cumplió 17 años. Más allá de la probabilidad de que esto ocurra, hay pocas referencias por saber cuándo va a llegar el momento. Es obvio que cada día que pasa queda un día menos para dejar de verle y que cada minuto es un regalo. También que su tino es tan fino como siempre, ya que promedia 25,8 puntos, 5,2 rebotes y 6,8 asistencias en su 19ª temporada en la NBA. Pero lleva 11 partidos. Por poner una comparación, Kobe Bryant, en su penúltima y 19ª temporada, se fue a 22,5 puntos, 5,7 rebotes y 5,6 asistencias... en 35 partidos. Los problemas físicos no han perdonado a nadie a lo largo de la historia y LeBron, por mucho que se haya empeñado en demostrar lo contrario, no es eterno. E incluso cuando juega se ve en la velocidad de sus movimientos laterales, en la fatiga inmediata, el esfuerzo defensivo o la capacidad de adaptación a rivales más jóvenes y vigorosos.

El Rey y su eterna figura siguen siendo una potencia física incuestionable, pero la ingle ha sido una tortura desde hace años y los problemas de cintura para abajo una constante desde entonces. Y otro fío dato: LeBron está lanzando 19,9 tiros por partido y su media es de 19,5. Sin embargo, está en 8,5 triples intentados, sobrepasando los 6,3 que tenía como tope. En otras palabras: penetra menos. Su cuerpo se resiente más al entrar en contacto con otros más voluminosos, la prevención con las lesiones es mayor y el conservadurismo y la cautela también. El trato casi milimétrico que le da a su cuerpo y en el que se centra todos los veranos ya no es suficiente para evitar un ocaso que se acerca, más por ausencias que por lo que hace en sus presencias, y más por lesiones que por un juego que se ha resentido ligeramente, pero sigue teniendo, aunque menos, momentos absolutamente brillantes. LeBron tiene una sombra muy alargada, pero incluso la defensa del discurso contrario al load managment apadrinado por Kawhi Leonard ha llegado en un momento en el que ni siquiera él es capaz de jugar todo lo que quisiera. Porque una cosa está clara: LeBron siempre quiere jugar.

Por delante, la incógnita del futuro más inmediato. LeBron va camino de convertirse en el máximo anotador de todos los tiempos (va camino de los 36.000 puntos, a los que llegará esta temporada y Kareem está en 38.387), pero es difícil que sume más anillos. A no ser, claro, que las cosas cambien radicalmente en los Lakers. No tiene fecha de despedida y, si se empeña y el físico le respeta mínimamente (más que ahora, por lo menos), podría llegar a las 22 temporadas de Vince Carter, récord histórico. Y ya lleva 10 Finales, una cifra a la que llegaron los Celtics de Bill Russell y alguien llamado Kareem Abdul-Jabbar. El que es también máximo anotador histórico. El que ganó 6 anillos. Seguro que a alguien le suena. La carrera de LeBron James empieza a resentirse, algo que sus haters esperaban desde hace tiempo y el resto del mundo jamás quiere que ocurra. Pero lo hace con su figura totalmente reconciliada con una opinión pública que le repudió al cambiar Ohio por Miami, con muchos millones en sus bolsillos, una connotación social enorme y el mérito de haber empoderado al jugador más que nunca. LeBron ha desafiado el trono de Michael Jordan, ha forjado su propia leyenda y ha escapado de las críticas como nadie. Pero el tiempo no perdona. Tampoco al Rey. Uno que, el día que se vaya, lo hará con su corona. No es para menos