Hay esperanza para los Celtics
El equipo verde se impone a los Sixers en un final taquicárdico. Segunda victoria consecutiva y quinta en siete partidos. Los Celtics mejoran tras un inicio de curso nefasto.
Ni antes eran el peor equipo de la NBA, ni ahora son el mejor. Pero es obvio que hace ya algunos partidos que la tendencia empezó a cambiar en Boston. Ese 2-5 inicial que hacía temblar los cimientos de la franquicia y ponía en ligero peligro el puesto de Ime Udoka se ha transformado en un 12-10 que, sin ser brillante, les acerca a la tónica general de una temporada en la que nadie está muy bien y pocos están simplemente bien. Con la plana mayor de su plantilla sana, los Celtics han sumado ante los Sixers su segunda victoria consecutiva y la quinta en los últimos siete partidos. Y lo han hecho ante un rival directo con el que compartían récord antes del choque (11-10, ahora 12-10) y que ahora miran por el retrovisor. De repente, los Celtics van octavos, empatados con Hornets (novenos), Hawks (séptimos y Cavaliers (sextos). Y los Heat, ese equipo que en los primeros encuentros parecía imbatible, están solo a una victoria. Lo dicho: no es para tirar cohetes, pero...
Los Cetics han vivido siempre de sensaciones. A nivel tradicional, pero más particularmente en esta última era, desde que Brad Stevens llegó a los banquillos y continuó su cuestionable legado (de momento, es así) en los despachos. La conexión con el Garden y la química entre compañeros ha sido diferencial en la entidad. Más incluso que en otras: como equipo fundador, es historia pura de la competición, dominó la NBA de 1957 a 1969 con Bill Russell, capturó anillos en los olvidados 70 y tuvo a Larry Bird como juez y verdugo una década después. Y, ni la crisis enorme que han vivido (enorme para la dimensión que tienen), les ha hecho perder coba en lo que se refiere a las bases más sólidas de lo que se ha convertido casi en una religión. Proyectos largos, apuesta por los entrenadores mirando al futuro e intentos constantes por emerger sin dar ningún golpe maestro especialmente grande en el mercado. Por mucho que en 2008, el anillo viniera por uno de los veranos más movidos y emocionantes (el de Kevin Garnett, Ray Allen...) de la historia reciente de la Liga.
Lo que en su día fue una virtud pronto derivó en defecto. De repente, los proyectos a largo plazo no funcionaban, las oportunidades para los entrenadores parecían demasiadas y no se conseguía emerger como antaño. Danny Ainge, que cogió el testigo de Red Auerbach en 2006, tiró de un carácter conservador que solo rompió para fichar a Kyrie Irving, lo que propició que se volviera más conservador todavía. Y no se supo adaptar a la era del jugador empoderado, con contratos fluctuantes, contratos televisivos que dieron muchísimo dinero a las estrellas (y a las que no lo eran tanto) y convenios colectivos que limitaban poderes que antes eran incuestionables. El apalancamiento del último gran proyecto acabó con su figura. Brad Stevens, que empezó con la vitola de ser el próximo Gregg Popovich, abandonaba los banquillos cansado de tanto sainete y quiso construir el equipo entre bambalinas. Y al proyecto se le dio una última oportunidad, con Udoka a los mandos, Stevens de capitán general y una plantilla que significaba un continuismo muy obvio en lo referente a lo meramente deportivo.
Ante los Sixers, Boston se ha aprovechado de un rival al que las bajas y la situación general están castigando en demasía, sin que nadie tenga la culpa de los continuos desmanes que se ciernen sobre un proyecto a la deriva y que puede estar ante un año clave (otra vez) como siga perdiendo partidos. El partido fue feo, tosco, lleno de errores, con un resultado corto, buenas defensas y muy malos ataques. Los Celtics lanzaron con menos de un 42% en tiros de campo; sus rivales, apenas superaron el 37%. Ninguno de los dos equipos superó, en ningún cuarto, los 25 puntos y solo los Celtics amenazaron con escaparse en un momento concreto en el que se fueron 12 arriba en un inicio muy bueno que pronto se evaporó. Eso sí, la igualdad fue tremenda: 16 cambios de liderato en el marcador y 15 empates. Y todo abocado a un final de infarto: canastón de Jayson Tatum (84-82 para los Celtics), tiros libres para Dennis Schröder (86-82), buena respuesta de Joel Embiid (86-84), bandeja tremenda de Schröder (88-84), triple espectacular de Danny Green (88-87), fallo de los Celtics e intento de triple fallido de los Sixers. George Niang, desde la esquina, se encontró con un gran tapón de Robert Williams III. Y la balanza se inclinó definitivamente para el lado de los verdes.
Tatum fue el mejor de un partido extraño: 26 puntos y 16 rebotes para un jugador cuyo problema es que juega igual el día que hace 60 puntos que el día que no anota nada. Esta vez, buen encuentro para una estrella de cuya adaptación dependerá su evolución. 10+8 de Al Horford (con 5 tapones y una gran defensa sobre Tobias Harris en la jugada final), 10+4 de Robert Williams (con 3 tapones) y 13 tantos de Schröder. Muy poco de Jayllen Brown (9) y menos de un Marcus Smart que ha ayudado a la mejora de los Celtics dejando de asumir más de la cuenta en los momentos calientes y de conducir el balón en exceso. Y en los Sixers, 13+18+6+2+3 para Joel Embiid, que se quedó en 3 de 17 en tiros; 17 para Set Curry y para Shake Milton, 12 para Niang y solo 8 para Tobias Harris. Poca cosa para un equipo que se quedó en 8 de 31 en triples y que echa de menos, cualquiera lo diría, a Ben Simmons. Al final, el enfrentamiento, más allá del ganador y del perdedor, representa a dos proyectos que hace un lustro estaban destinados a dominar el mundo y ahora... En fin. Eso de que la NBA no espera a nadie ya nos lo sabemos. Y Celtics y Sixers lo saben también. Al final, con tantos desmanes, se lo han aprendido.