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NEW ORLEANS PELICANS

Ni con el mejor Zion ni con el 'play-in': los Pelicans, una ruina

Los Pelicans no levantan cabeza. Ni la confirmación de Zion Williamson como estrella les ha valido para alcanzar el décimo puesto que cierra el play-in. El futuro, lleno de dudas.

Zion Williamson y su entrenador, Stan Van Gundy, durante un partido de la NBA de New Orleans Pelicans.
Zion Williamson y su entrenador, Stan Van Gundy, durante un partido de la NBA de New Orleans Pelicans.Jonathan BachmanGetty Images

No hay manera. Los Pelicans no consiguen enderezar el proyecto ni con todas las facilidades del mundo. Ni en la temporada en la que se ha producido el ascenso al estrellato de Zion Williamson ni en la que, con quedar, ya no octavo, sino décimo, tenías opciones de playoffs, han conseguido dar un paso adelante. De momento, el año II post Anthony Davis ha sido igual que el primero, pero con un sonrojo mayor, sin la excusa de la lesión de Zion ni tampoco de la prontitud del proyecto. Stan Van Gundy no ha logrado lo que tampoco pudo Alvin Gentry y el equipo se ha quedado con dos palmos de narices, lejos de la fase final e incluso de ese play-in para el que tenían que superar a equipos, a priori, menos talentosos, como Grizzlies o Spurs. Todos han quedado por delante de la franquicia de Nueva Orleans, que tiene ante sí un verano de reflexión en el que tendrán que hacer lo posible para amarrar las bases de un salto que tiene que producirse de forma inmediata para no verse opacado por decisiones drásticas que pongan patas arriba lo que parecía, hace un par de cursos, uno de las plantillas con mayor recorrido de la NBA.

Para los Pelicans se acaba una temporada que nunca empezó. El esperanzador inicio (4-2) se hizo sin juego y precedió a la primera mala racha del curso, pero no la última. El equipo de Stan Van Gundy perdió sus siguientes cinco encuentros de forma consecutiva y ocho de nueve; desde entonces, ha remado siempre contra corriente, con momentos esperanzadores muy breves y desmanes en forma de mal juego y poco convencimiento bastante grandes. Los momentos de buen juego han sido fugaces y la falta de compenetración de la plantilla, una obviedad que no se ha resuelto ni con la salida de veteranos venidos a menos como JJ Redick, que en el mercado invernal puso rumbo a los Mavericks. El que no salió en ese momento fue Lonzo Ball, que ni en el mejor momento de su carrera (14,6+4,8+5,7 y un 37,8% en triples) ha conseguido ser la solución. Eso sí, su buena estadística le permitirá ser codiciado en el mercado (renunciará a una player option de más de 14 millones de dólares buscando un contrato mayor) y poner rumbo a tierras más tranquilas, lejos del ruido que siempre ha habido entorno a su persona (LaVar no le ha hecho ningún bien) y con su hermano LaMelo acaparando ahora los focos. Será uno de los que salga.

El adiós de Lonzo (que se producirá salvo sorpresa) permitirá a Van Gundy darle más poder a Zion, al que ya utiliza para subir el balón en muchas ocasiones. Eso, y el buen hacer del base desde el exterior, ha desatascado el ataque en ocasiones, pero con Brandon Ingram la cosa pinta cada vez peor: el alero calca las estadísticas del año pasado (23,8 puntos por partido), pero ha dado continuidad a la ola de mal juego que desarrolló en la parte final del último curso y que hizo olvidar al All Star en el que se convirtió ese mismo año. Ingram necesita más balón y crearse sus propios lanzamientos, y le cuesta adaptarse a Zion y esperar en el exterior mientras su compañero, que solo intenta 0,6 triples por noche, monopoliza la zona con su voluminoso cuerpo. La compenetración entre ambos es casi obligada si tenemos en cuenta que a Ingram le dieron un contrato (que ha empezado a cobrar este año) de 158 millones de dólares en cinco años y que Zion estará, atado a la franquicia, al menos hasta la 2022-23 (opción de equipo, la siguiente será de jugador). La posibilidad de que uno de los dos salga se antoja, de momento, lejana. Pero si las cosas dejan de funcionar, David Griffin y su segundo, Trajan Langdon, deberán buscar soluciones.

Un mal presente y un futuro incierto

No acaba ahí la cosa: los Pelicans están 31-40 con tan solo un partido por delante. Es el mismo récord que los Kings, con los que comparten penurias, y por detrás solo tienen a Timberwolves, Thunder y Rockets, tres equipos que compiten por conseguir la mejor ronda del draft (algunos, con poco disimulo) y no un puesto en playoffs. Las semifinales de Conferencia de 2018 son ya un recuerdo lejano y desde entonces, la franquicia ha encadenado un récord negativo tras otro: el primero, en medio del sainete Anthony Davis, que hizo gala de la era de los jugadores empoderados para forzar su salida, que consiguió en verano. Las dos siguientes, con la esperanza vana de que Zion cambiaría el destino de un mercado pequeño. La estrella (ya la podemos definir como tal) ha promediado 27 puntos por partido y es, al fin (tampoco la espera ha sido muy larga, pero la paciencia siempre es breve), el gran jugador que prometía ser. Se lleva los halagos con reticiencias de Shaquille O'Neal, ha sumado 20 partidos por encima de los 20 puntos y el 70% en tiros de campo, y hasta abril promediaba 19,7 puntos en la pintura, algo que nadie conseguía desde la 2001-02. ¿Quién? Shaq. Desde luego, el All Star de este año ha sido merecido y, si su físico le respeta, será el primero de muchos. Pero los Pelicans no han conseguido rentabilizar su talento y convertirlo en victorias, el fin último de cualquier equipo.

Más. Con Zion desatado y las quejas de la franquicia sobre la poca protección que los árbitros tienen sobre su estrella, los Pelicans han sido una ruina. Porque sí, tienen a cinco jugadores por encima de la decena; y sí, algún descubrimiento prometedor como Nickeil Alexander-Walker o Kira Lewis. Pero su juego interior es un desastre (Steve Adams no ha funcionado, Jaxson Hayes no ha sido lo que prometía y el mal hacer de ambos ha dado minutos a un Willy Hernangómez que ha cuajado una temporada bastante aceptable), tienen un gran poder anotador (el cuarto mejor del Oeste) que contrasta con las desavenencias defensivas constantes (la quinta peor defensa de su Conferencia, la séptima de la NBA) y no tienen sentido ni dirección. Es verdad que son terceros en rebotes (marca Van Gundy) y décimos en asistencias, pero tienen el quinto peor porcentaje de triples de la Liga (en plena era del triple) y el segundo más malo en tiros libres (solo los Thunder son peores). Y el net rating es negativo. Otra vez.

En definitiva, poco o nada que rascar para un equipo que no ha conseguido jugar ni los playoffs, ni el play-in. No le ha valido la ola de buenos comentarios que Ingram arrastraba, los secundarios o la mejoría de Lonzo. Tampoco el nivel de Zion. Ni, por supuesto, la llegada de un Stan Van Gundy cuyo trabajo este año está peligrosamente cerca del que hizo en Detroit y a años luz del que elevó a los cielos su reputación en los Magic. Los Pelicans tienen el proyecto en un momento clave y deberán dar el paso definitivo el año que viene si no quieren encontrarse con problemas, que Zion empiece a impacientarse y acabe forzando el traspaso en una imagen que ya hemos visto en el pasado (cercano) en otras franquicias. De momento, el joven jugador (cumple 21 años el 6 de julio) está muy por encima que sus compañeros y que la camiseta que viste, una que representa a un equipo sumergido en una crisis deportiva y estructural enorme. Los Pelicans deben aprovechar ya el nivel de su estrella para salir del pozo y olvidar una temporada de la que pueden rascar pocas cosas positivas. Deben hacerlo, principalmente, porque la excusa de mercado pequeño se queda muy corta con alguien así en la plantilla. Y porque el tiempo es infinito. Pero la paciencia, nunca. Y en la NBA, menos todavía.