NEW YORK KNICKS

Thibodeau: de torturar a Kobe a resucitar el orgullo del Madison

El estilo de Tom Thibodeau siempre ha generado muchas reservas, pero su carrera está llena de méritos. El último, resucitar el glamour de los Knicks.

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Tom Thibodeau, durante un partido de la NBA con los Knicks.
Vincent Carchietta USA TODAY Sports

La paciencia es la madre de la ciencia. Dentro del refranero español, hay pocas frases que se puedan aplicar tanto a las dos caras de una misma moneda: los Knicks, esa franquicia otrora histórica y sumida, en la última década, en una crisis de dimensiones desproporcionadas. Y Tom Thibodeau, el hombre que llegaba para fracasar al mismo lugar por el que habían pasado seis técnicos en las últimas siete temporadas, y ha triunfado de manera tan inopinada como merecida, enderezando su reputación y haciendo gala del mismo estilo tan personal que le ha caracterizado durante toda su carrera. Ambas partes, franquicia y entrenador, han esperado pacientemente su oportunidad de emerger de entre los escombros y demostrar qué son y de qué son capaces. Los Knicks, hazmerreír de la NBA en los últimos años gracias a la colaboración del tacaño James Dolan, tienen ahora una plantilla revolucionaria de la que sentirse orgullosos. Thibodeau un buen entrenador sin aura, ha despejado las muchas dudas que se despertaron en su contratación y ha conseguido demostrar que sus métodos funcionan y que su baloncesto no ha caído en desgracia. Aunque, en su caso, el estilo no está en lanzar más o menos triples, sino en la férrea disciplina que imprime a sus jugadores, que han seguido al técnico como las ovejas al pastor y han recogido lo sembrado, recuperando parcialmente una identidad y un orgullo que se creía perdido en el Madison.

En Nueva York se ha hablado de muchas cosas durante el último curso, pero el protagonismo de Thibodeau ha sido menor de lo merecido. El coronavirus y los Nets han copado todas las portadas, mientras que en los Knicks, convertidos en el hermano malo de la Gran Manzana, el héroe ha sido Julius Randle, la sensación Immanuel Quickley y la resurrección el motivo para sonreír. A Thibodeau, sin embargo, nunca le ha importado demasiado eso de ser el protagonista: acostumbrado a ejercer de asistente defensivo, tardó en dar el salto como entrenador jefe, algo que no hizo hasta 2010. Antes había estado detrás, analizando, estudiando obsesivamente y aportando su granito de arena hasta convertirse en uno de los asistentes mejor valorados de la competición. Su carrera en los banquillos empezó hace casi 40 años (se dice pronto): fue en 1981, cuando se inició como ayudante en Salem State College. En 1984, se convirtió en entrenador en jefe del equipo después de tres años ocupando el asiento de atrás y, solo una temporada después, en asistente de la Universidad de Harvard, donde pasó las siguientes cuatro temporadas.

Thibodeau se hizo famoso, en la NBA, como segundo de Doc Rivers en los Celtics. Pero dio el salto a la mejor Liga del mundo mucho antes; concretamente, en 1989, cuando se estrenó en el nacimiento de los Timberwolves, equipo que dirigiría en primera persona casi 30 años más tarde. Thibodeau continuó su aprendizaje en Spurs y Sixers antes de encontrarse con alguien que le marcaría para siempre: Jeff Van Gundy. El mezquino entrenador, hermano pequeño de Stan, siempre fue un imitador que buscó atajos para hacerse con un poder que ha tenido en demasía si tenemos en cuenta su cuestionable talento. Inopinadamente, ha demostrado una destreza en los micrófonos de la TNT como analista al lado de Mike Breen que jamás tuvo como técnico. Eso sí, se supo buscar la vida a la perfección: cuando Pat Riley renunció, en 1995, al último año del contrato más lucrativo jamás firmado por un entrenador, Jeff no le siguió a Florida para ser su segundo en los Heat, ofreciendo para eso a su hermano Stan. Vio su oportunidad en el glamour del Madison y la aprovechó, haciendo un baloncesto que Thibodeau ha emulado en ciertos aspectos: garra, defensa y rebote, tres mantras del técnico.

Desesperando a Kobe

Con Jeff estuvo en los Knicks y luego en los Rockets, donde siguió a su mentor. En Texas ya era considerado un increíble entrenador defensivo: en la 2003-04 y la 2006-07 situó a su nuevo equipo dentro del top 5 que menos anotación recibió y peor porcentaje en tiros de campo generó en sus rivales. El despido de Van Gundy y su nuevo trabajo como analista a partir de 2007 permitió a Thibodeau volar solo; eso sí, la NBA todavía no le abrió las puertas del todo. Como segundo, el entrenador había visto el anillo de cerca en 1999, con los Knicks. En 2007, aterrizó  en un proyecto preparado para ganar el campeonato: los Celtics. Ya con una reputación intachable, Thibs se atrincheró tras la sombra de un Doc Rivers que le dio, junto a Kevin Garnett, todo el poder en defensa. Por aquel entonces, Rivers tomaba asiento cuando el rival atacaba y era su asistente defensivo el que tomaba el relevo. La temporada de los Celtics fue absolutamente increíble: Rivers consiguió, como entrenador de jugadores, que el ego no aflorara negativamente y dejó que las cosas fluyeran en una ofensiva organizada. Pero el mérito de aquellos Celtics fue de Thibodeau, que terminó de encumbrar su ya consabida reputación con una actuación de ensueño en el plano defensivo, creando unos mimbres que Rivers siguió utilizando con la marcha de su segundo, en 2010.

Los Celtics consiguieron 66 victorias en la 2007-08, y cimentaron su hazaña, insistimos, en la defensa. La marea verde creó ese año uno de los entramados defensivos más impresionantes de la historia, provocando que sus rivales sumaran el peor porcentaje en tiros de campo de toda la Liga y, a la vez, el mayor promedio de pérdidas, lo que en suma no tenía precedente desde que había registro de ambas categorías estadísticas. Además, fueron el segundo equipo que menos puntos recibió por partido (90,3, a solo dos décimas de los Pistons) y tuvieron el mejor rating defensivo, el sexto mejor de toda la historia de la franquicia. Con Kevin Garnett, claro, como Mejor Defensor y tercero en la votación para el MVP, que ganó Kobe Bryant. El ala-pívot era una extensión de Thobodeau en pista, y su ausencia al año siguiente por lesión martirizó a los Celtics en playoffs. En la fase final de 2008, por cierto, los verdes mostraron una gran resiliencia: tuvieron que jugar siete partidos contra los Hawks en primera ronda, otros siete contra los Cavs de LeBron en semifinales, seis contra la última versión competitiva de los Pistons campeones de 2004, y otros seis ante el eterno rival, los Lakers.

"Me sorprendió como defendieron a Kobe. Siempre había alguien que dejaba su marca para ayudarle". Con esas palabras, Phil Jackson definió unas Finales en los que la Mamba Negra promedió 25,7 puntos por partido, pero con apenas un 40% en tiros de campo y poco más del 32% en triples. Kobe anotó 25 o menos puntos solo seis veces en todos los playoffs (21 partidos) y cuatro de ellas fueron ante los Celtics. El escolta, que había sido MVP de la templorada promediando más de 28 tantos por noche, vio sus estadísticas restringidas, y las dificultades enormes para anotar ante una cantidad de defensores extraordinaria fue notoria. Todas las ayudas llegaban, todos aportaban y todos estaban atento a un jugador que marcó la táctica de toda la serie, definiendo así el gran nivel que tenía y el temor reverencial que provocaba en sus rivales. En 2010, de nuevo en las Finales, los Lakers prevalecieron y se vengaron de la humillación del Garden del sexto de 2008 (que todavía causa dolor), con un Kobe que se fue a los 28,6 puntos y 8 rebotes por duelo. Pero, otra vez, los porcentajes de tiro fueron malos: un 40,5%, con menos del 32% en triples. En el último choque, el séptimo y definitivo, apenas anotó un 6 de 24, un bochorno resuelto con 10 puntos en el último cuarto y actuaciones heroicas de Pau Gasol y Ron Artest. Y ese partido sería, a la postre, el último servicio de Thibodeau como asistente.

De Derrick Rose al Madison, pasando por Minnesota

Cuando empezaron las Finales, ya se sabía que Thibodeau había firmado por los Bulls. Vinnie del Negro había fracasado con sus consabidas malas artes y el proyecto, prometedor, necesitaba un impulso definitivo. Thibs dio el paso para el que tantas reservas tenía y consiguió su primer contrato como primer entrenador con 53 años. Y entró con fuerza: 62-20, Derrick Rose como MVP más joven de la historia y primeras finales de Conferencia para la franquicia por primera vez desde Michael Jordan. La derrota por 4-1 ante los Heat no se interpretó como un fracaso por la juventud del proyecto. Los Bulls encajaron, por cierto, 91,3 puntos por partido, la segunda mejor defensa... tras los 91,1 de los Celtics, que heredaron las hazañas de Thibodeau. El hacedor se hizo acreedor del premio a Mejor Entrenador y todo el mundo auguraba una gran carrera a pesar de tener ciertas reticencias por su estilo, sobre todo por la existencia de un solo plan, la poca elaboración ofensiva y esas manías convertidas en parte esencial de su esquema, como hacer que sus jugadores estén en pista una cantidad ingente de minutos (viva Larry Brown). Derrick Rose, 37,4 por noche; y Luol Deng, ese ser incansable, liderando la Liga con 39,1.

El sueño se acabó con la lesión de Rose antes de los playoffs de 2012. Con Carlos Boozer y Joakim Noah consiguió un equipo molón, y a éste último lo convirtió en Mejor Defensor en 2014. El último intento fue en 2015, con una de las mejores versiones de Pau Gasol en el equipo, pero los Bulls cayeron en semifinales ante los Cavs de LeBron, que extendía su dominio por el Este como quién no quiere la cosa. Thibs pilló un año de asueto antes de volver al ruedo, con los Timberwolves, lugar en el que solo llovieron broncas y problemas entre Wiggins, Towns y un Jimmy Butler que no estaba para bromas. El alero, por cierto, es hoy una estrella también gracias a Thibodeau, que le potenció al máximo en los Bulls. El técnico se marchó por la puerta de atrás de Minnesota con un legado más que cuestionable, pero un mérito inequívoco: los playoffs de 2018, labrados en la última jornada ante los Nuggets. Entre críticas y una reputación manchada, el entrenador lideró a la franquicia a sus únicos playoffs desde 2004 (con Garnett, vaya), un alivio que les permite hoy no tener el récord negativo de más temporadas consecutivas sin fase final. Uno que, por cierto, van a igualar los Kings, con 15. Los Timberwolves sumaron 13, a solo dos del de los Clippers, de 1976 a 1991, con el miserable Donald Sterling coleccionando fracasos en Buffalo Braves, San Diego y Los Angeles. Dio tiempo a todo.

Con el recuerdo de su paso por Minnesota, los aficionados de los Knicks no querían a Thibodeau. Todo el mundo vio su fichaje con recelo, como si la posición en el banquillo del Madison, considerada incluso maldita, fuera a empeorar con su fichaje. Nada más lejos de la realidad: el técnico ha resucitado el orgullo perdido de una franquicia a la deriva, ha hecho olvidar los continuos y bochornosos desmanes de James Dolan y ha convertido a los Knicks en la sensación de la temporada y a Julius Randle en una estrella que, en otro contexto, podría haber optado incluso al MVP. Y claro, los neoyorquinos reciben 104,7 puntos por partido, la mejor defensa de la competición. Y la mano de Thibodeau se nota en todo: segundos peores en asistencias con una ofensiva muy dependiente de Randle y en la que apenas hay contraataque (peor pace de la Liga), cuarto equipo que menos triples intenta, pero el que peor porcentaje de tiros de campo y de triples provoca en sus rivales, además de ser el sexto que más rebotea. Y con Randle jugando 37,5 minutos por noche, otra barbaridad que soporta con brío y juventud. Los Knicks van cuartos del Este (35-28), juegan bien, pelean siempre y van a disputar los playoffs por primera vez desde 2013. Es la resurrección del Madison. Por obra y gracia de Tom Thibodeau un hombre sin aura pero con principios firmes que sigue agrandando su currículum. Uno que, por cierto, empieza a ser muy extenso.