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HOUSTON ROCKETS

Los Rockets pos-Olajuwon: 25 años de promesas incumplidas

De Pippen y Barkley a Harden y Paul, pasando por McGrady y Yao. Desde el anillo de 1995, los Rockets siempre han tenido grandes equipos, pero no han vuelto a pisar las Finales.

De Pippen y Barkley a Harden y Paul, pasando por McGrady y Yao. Desde el anillo de 1995, los Rockets siempre han tenido grandes equipos, pero no han vuelto a pisar las Finales.

Creo que pocos anillos han hecho disfrutar tanto a los aficionados al baloncesto como el de 1995. Fue ahí donde los Rockets, en unos playoffs que parecieron más bien una epopeya, acabaron con todo y con todos para hacerse de forma tan inopinada como merecida con uno de los anillos más difíciles de la historia de la NBA. Y también fue la constatación definitiva, sobre todo para los más incrédulos, de que había un héroe al margen de Michael Jordan en los 90, alguien capaz de jugar al baloncesto como pocas veces se había hecho, enamorar al mundo y crear su propio relato, ensombrecido por el de His Airness pero no por eso menos importante. Los Rockets, que habían conquistado el campeonato de 1994 con el pívot juntando el MVP de la temporada y el premio a Mejor Defensor, parecían desangrase al año siguiente, cuando apenas arañaron 47 victorias y se quedaron en el sexto puesto, detrás de unos Lakers que eran una sombra de lo que habían sido en los 80 y muy lejos de Spurs, Suns o Jazz, que opositaban insistentemente a un trofeo que Jordan había dejado vacante tras su primera retirada, en 1993, y que contaba con unos dueños, los Rockets, en horas bajas.

Olajuwon seguía siendo, a pesar de todo, uno de las referencias de la competición norteamericana, y llegaba a los playoffs con 27,8 puntos, 10,8 rebotes, 3,5 asistencias y 3,4 tapones de promedio, aunque lejos de los premios individuales por culpa del récord de su equipo. Con 32 años, el pívot endosó a los Jazz 45 puntos en el primer partido de los playoffs, aunque Stockton y Malone sacaron el partido adelante ante su público. El resto de la serie fue un toma y daca constante que llegó al quinto encuentro en Salt Lake City, allá donde los arbitrajes cambiaban extrañamente y el público se olvidaba de su condición mormona y se convertía en la voz más atronadora que jamás ha pasado por una cancha de baloncesto. Ni eso hizo temblar el pulso de Olajuwon, que anotó 33 puntos (35 de promedio en la serie) y eliminó a un equipo que había conseguido 60 victorias en temporada regular.

A partir de ahí, la mítica plantilla se convirtió en una experta en adversidades y acabó con todo lo que se puso por delante. Robert Horry, un Clyde Drexler otrora estrella en Portland y ahora como veterano de lujo, el siempre fiable Sam Cassell, un Kenny Smith que anotó siete triples en el primer partido de las Finales ante los Magic o otro héroe inesperado, Mario Elie, que certificó la remontada en semifinales ante los Suns, cuando en el séptimo encuentro convirtió un lanzamiento de tres desde la esquina que dio a los Rockets el pase a las finales del Oeste tras ir 3-1 abajo. Tras la victoria en Phoenix (con Charles Barkley, 59 victorias en regular season), los Rockets pasaron por encima de los Spurs del MVP David Robinson y su lugarteniente, Dennis Rodman (62 victorias), en seis partidos (y 35,3+12,5+5+4,2 de Hakeem) y aplastaron a los Magic de Shaq (otras 57 victorias) en las Finales, esos que evitaron el enfrentamiento con un Jordan que había regresado a mitad de temporada, y con clínic de Olajuwon incluido. Y para poner la guinda del pastel, el entrenador Rudy Tomjanovich definió lo que había pasado con una frase que ha pasado a los anales del deporte: "Nunca subestimes el corazón de un campeón".

Han pasado 25 años de ese anillo, ya casi 26. Un cuarto de siglo en el que no ha vuelto a haber ni corazón ni campeón en Houston, una ciudad (la quinta área metropolitana más grande de Estados Unidos) centrada en una enorme industria y en su gran diversidad cultural, pero que desconecta a la hora de ver deporte y ha perdido el interés por un equipo que ha evolucionado (o involucionado, según se mire) y tiene hoy plantillas alejadas de la idiosincrasia en la que en su día participó, casi creó, Olajuwon. El público del Toyota Center es frío y callado y, baloncestísticamente, ha bajado varios decibelios mientras esperaba, cada vez con más desmayo, que su equipo volviera a lo más alto. Y la realidad es que los Rockets (casi) siempre han sido candidatos, de forma constante e insistente, moviéndose bien en el mercado y sacando a relucir plantillas con nombres históricos que, sin embargo, nunca han cuadrado en playoffs y se han diluido con el paso del tiempo. Desde Pippen y Barkley hasta James Harden, pasando por McGrady y Yao Ming, dos nombres intrínsecos a la era moderna de la NBA, Houston ha partido en las apuestas como contender. Y siempre, siempre, siempre, ha fracasado. Y así, sucesivamente, desde hace 25 años.

Distintas oportunidades, idéntico final

El proyecto de Olajuwon no se quedó en 1995. Esos Rockets todavía tuvieron dos años competitivos más, de 48 y 57 victorias, con una eliminación en segunda ronda en la primera de esas temporadas ante los finalistas Sonics, que le arrollaron sin opción. Fueron los últimos grandes números de Hakeem (26,9+10,9), que en la 1996-97 bajó del doble-doble por primera vez en su carrera... y optó al anillo por última. Un triple de John Stockton les dejaba sin opciones en el sexto partido de las finales del Oeste, y mientras los Jazz del MVP Karl Malone opositaban a un título que jamás consiguieron, los Rockets se despidieron y la NBA se quedó huérfana de una de las Finales que más ganas teníamos de presenciar: una entre Olajuwon y Jordan.

En la 1998-99 formaron uno de esos equipos de ensueño que solo se ven en la Play Station (y en la segunda década del siglo XXI): Scottie Pippen y Charles Barkley llegaban como agentes libres a un proyecto que se tambaleaba, que contaba con un Olajuwon de ya 36 años y al que se unieron dos hombres de 33 y 35 respectivamente. Eddie Johnson o Antoine Carr también estaban por allí, pero no Mario Eli, Sam Cassell, Kenny Smith o Robert Horry, que ya había puesto rumbo a los Los Angeles para hacer gala de esa cualidad que ha desarrollado más que nadie: estar en el lugar y el sitio adecuado. El proyecto naufragó en primera ronda precisamente ante los Lakers, los de Shaq y Kobe, que se impusieron por 3-1 y avanzaron para volver a caer, antes de la llegada de Phil Jackson y el nacimiento, con su eterna (y eternizada) figura, de una de las mayores dinastías de la historia reciente de la NBA.

Olajuwon se mantuvo en la plantilla hasta 2001 y se retiró en los Raptors, alejado de una franquicia, la suya, en la que lo había sido todo y a la que regaló sus mayores días de gloria, unos que nunca ha llegado a tener. Tomjanovich aguantó hasta la 2002-03 y entrenó al gigante Yao Ming durante una temporada antes de que el cáncer forzara su retirada, solo rota por un brevísimo paso por los Lakers, en la 2004-05. Con Ming, la NBA inició un aperturismo hacia Asia que le ha generado muchos millones, y una expansión que superó en creces la que se había vivido en los años anteriores, cuando ya estaba en cierto desarrollo. El gigante chino se unió a Jeff Van Gundy primero y a Tracy McGrady después, con otro equipo de ensueño que, sin embargo, estuvo siempre gafado en playoffs. De hecho, McGrady, uno de los mayores talentos ofensivos de inicios de siglo, solo pasó la primera ronda en la invitación de lujo que le concedieron los Spurs en 2013, con los que llegó a unas Finales en las que no participó y que su equipo acabó perdiendo.

De entrenadores también fueron sobrados en Houston: Rick Adelman llegaba en 2007, por obra y gracia de un Daryl Morey que aterrizó unos meses antes. La era del genio de las matemáticas ha llegado hasta hoy día, y por ella han pasado los últimos años de Ming y McGrady, un proyecto que se disolvió con la salida del anotador en la 2009-10 y la retirada del pívot un año después, cuando las sempiternas lesiones castigaron sus aquejados cuerpos. El tope de ese proyecto, que llegó a sumar 22 victorias consecutivas (la tercera mejor marca de siempre) en la 2007-08, se alcanzó las semifinales del Oeste con una marejada de lesiones al año siguiente, cuando los Lakers de Kobe Bryant, Pau Gasol y Phil Jackson ponían rumbo al anillo. En ese tiempo, pasaron más nombres ilustres por la franquicia, y aunque McGrady tuvo que ver como su equipo pasaba de primera ronda sin él en 2009, la plantilla contaba con gente como Aaron Brooks, Ron Artest, Luis Scola o Shane Battier entre sus filas. También con Dikembe Mutombo, que se dedicó enteramente a su papel de showman (que ejerce de manera fabulosa hoy en día) cuando se rompió la rodilla en primera ronda ante los Blazers, ya con 42 años.

Y sigue la crisis

El último gran proyecto de los Rockets ha acabado igual que todos los que ha habido después de ese anillo, el de 1995, que enamoró al aficionado y dio la vuelta al mundo. Igual no, ya que ha estado más cerca que ninguno de repetir la gesta del anillo, pero sí de forma similar, ya que el premio ha sido igual de inexistente que con McGrady, Pippen y compañía. Con McHale en el banquillo, los Rockets alcanzaron las finales del Oeste por primera vez desde Olajuwon, en 1997. Fue en 2015, con derrota ante unos Warriors que han supuesto una auténtica tortura china para los texanos. Fueron los que les eliminaron en 2019, en semifinales del Oeste, pero sobre todo en 2018, con 3-2 arriba para el equipo que lideraba el MVP James Harden, que aterrizó en la franquicia en 2012 como chivo expiatorio de las Finales que los Thunder perdieron ante los Heat.

Ese año, el 2018, fue el tope del proyecto post Olajuwon, lo más cerca que ha estado el equipo de volver a sus días de gloria, unos que hacen ya un cuarto de siglo que no sobrevuelan un equipo que se ha quedado sin Daryl Morey, Mike D'Antoni y, claro, el propio Harden. Y un último proyecto, el de la última década, por el que han pasado Jeremy Lin, Dwight Howard, Trevor Ariza, P.J Tucker, Eric Gordon, Clint Capela, Chris Paul, Russell Westbrook, Austin Rivers y un largo etcétera de jugadores que han sido de rol o auténticas estrellas. Y ni con ese equipo, el mejor de todos, los Rockets han conseguido volver al pasado o labrarse un futuro. Ahora, sin las piezas que se han marchado, los 25 años serán más todavía y la crisis continuará con Stephen Silas en los banquillos y John Wall o DeMarcus Cousins en pista, nombres ilustres que no lo son tanto como los anteriores y con los que los Rockets no podrán, esta vez, optar al ansiado anillo. La sombra de Hakeem Olajuwon es muy (muy) larga. Y las promesas en su ausencia nunca se han cumplido. Básicamente, porque ganar no es tan sencillo por una cosa que, antes o después, todo el mundo aprende en la NBA: nunca lo es.