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"Cierra la p... boca. Esto es cosa mía": Tyronn Lue, del ego de LeBron al misterio de Kawhi

Tyronn Lue se hizo con el control del vestuario de los Cavs en la 2015-16. Ahora, tendrá que gestionar a un misterioso Kawhi y arreglar una química inexistente.

Tyronn Lue, durante un partido de la NBA con Cleveland Cavaliers
Christian PetersenGetty Images

Tyronn Lue nunca ha sido un entrenador al uso. Y ese nunca, corresponde a un periodo de tiempo mucho más pequeño que el que abarca una palabra infinita y casi siempre negativa. Menos de tres temporadas completas son el currículum de Lue en los banquillos de la mejor Liga del mundo, con un legado todavía sin descifrar, diagnósticos nada claros y conclusiones que han pululado siempre más alrededor de sus equipos y han ignorado su propia figura. Es lo que tiene entrenar a LeBron James: focos para él y empequeñecimiento de unos acompañantes tan meritorios como, en ocasiones, irrisorios para el espectador. Ni a Erik Spoelstra se le valoró lo suficiente cuando ganó los anillos con El Rey en los Heat, ni se ha hecho ahora con Frank Vogel, que se ha llevado muchas alabanzas pero se ha movido siempre detrás de su estrella, en las sombras y con altas dosis de un silencio extremadamente útil y que han supuesto, a la larga, su mejor baza para ganarse el respeto de LeBron y de la mítica franquicia. Y tampoco se tuvo muy en cuenta a Lue tras el anillo de 2016, en un año en el que había mucho de lo que hablar y en el que, en la conclusión se pasó de puntillas por el hacedor de un milagro que incluyó la primera remontada de la historia de las Finales tras ir 3-1 abajo... ante los Warriors del 73-9.

Después de eso, claro, se hablaba de todo menos de un entrenador llegado a mitad de temporada con acusaciones de hacer la cama a David Blatt y señalado como el amigo de LeBron, un elegido a dedo para ocupar un puesto tan arriesgado como definitivo, que siempre ha sido señalado cuando las cosas salen mal pero nunca ha tenido la suficiente repercusión cuando la historia era bien distinta. Lue era un mero asistente, un buen tío que se codeaba con los jugadores como si fueran sus iguales desde ese puesto de segundo y que tenía tras de sí una carrera como jugador que incluía dos anillos pero siempre moviéndose entre la clase baja de la Liga. En sus años en activo, el entonces base se hizo famoso por su defensa sobre Iverson en las Finales de 2001, pero luego cayó en el olvido en los Wizards al lado de Jordan (2001-03) y fue dando tumbos hasta que se retiró en los Magic, en 2009, tras llegar a sus terceras Finales, en las que no jugó. Siempre fue un tipo agradable que se llevaba muy bien con sus compañeros, y hacía a veces de nexo entre Stan Van Gundy y la plantilla durante sus últimos meses como profesional en Orlando. Después de eso, poca cosa: asistente en Celtics y Clippers y luego en los Cavs, donde la historia es bien sabida y no del todo valorada.

Lue llegó con polémica al puesto de entrenador. David Blatt llegaba de liderar a los Cavs a las Finales en su primer año en la NBA ("I'm not a rookie coach", como el mismo recordaba), y la derrota ante los Warriors no tuvo un análisis demasiado alarmista dado que se planteó como un LeBron contra el mundo (35,8+13,3+8,8) tras las lesiones de Kevin Love y Kyrie Irving. Sin embargo, Blatt fue sorpresivamente (bueno, igual no tan sorpresivamente) despedido cuando su equipo iba líder de la Conferencia Este y sumaba más del 70% de victorias (30-11). La llegada de Lue, que se llevaba muy bien con los jugadores, fue un soplo de aire fresco a la larga, pero al inicio estuvo lleno de dudas: del "en los Lakers no permitía que me hablara de Shaq", a las acusaciones de haberse aliado con LeBron para acabar con Blatt y su nula experiencia en los banquillos de la NBA. Lue fue entrenador del All Star no sin polémica (Blatt había entrenado al equipo casi hasta entonces) y llevó al equipo a un récord de 27-14, 57-25 al final. Un porcentaje de victorias menor al de Blatt pero con nuevos mimbres que se observaron definitivamente en playoffs en pista... pero que empezaron en el vestuario. Organizó una reunión en la que animó a hablar a todo el mundo y en la que Love y Kyrie expusieron sus opiniones. Y luego, le cantó las cuarenta a LeBron en una sesión de vídeo en el que le exigió el mismo esfuerzo defensivo que al resto... ese que el alero había perdido desde que la sombra de Spoelstra empezó a brillar por su ausencia. El Rey no recuperó jamás (quizá hasta este año) el nivel defensivo que significó la versión más completa de su carrera en los Heat, pero se puso las pilas en los Cavs y mejoró ostensiblemente en una faceta de la que pasó del esfuerzo mínimo a uno conjunto con sus compañeros.

James Jones, el eterno compañero del Rey, hizo como moderador en las reuniones, y el clic se hizo en un vestuario que empezó a jugar con LeBron y no para él. Que Lue le cantara las cuarenta a semejante estrella contrastaba con un Blatt que bajaba la cabeza cada vez que se cruzaban y no le reprochaba nada en las sesiones de vídeo. La capacidad de Lue para unir al vestuario fue su mejor baza y ha sido el pilar de su reputación. Pero no todo se quedó en decirle a LeBron eso de "cierra la p... boca. Esto es cosa mía". Kevin Love recuperó su ligar en el poste, hizo doble-doble en sus primeros 8 partidos de playoffs y promedió 18,8+12 (39% en triples) y 19+13 (con un 47,5% y 10 intentos por partido) en las dos primeras rondas. Irving aprendió a compatibilizarse con LeBron y a jugar con y sin el balón y explotó a Tristan Thompson para hacerle un seguro atrás y un receptor del último pase y de rebotes ofensivos constante. Los quintetos de James rodeado de tiradores (J.R Smith, Love, Kyrie) y los jugadores que valían tanto para tirar triples como para defender (Iman Shumpert, un Richard Jefferson con mucho protagonismo en las Finales) se convirtieron en una constante. Con Lue, los Cavs alcanzaron su quintaesencia, llegaron con un récord de 12-2 a la serie ante los Warriors... y el resto, ya se sabe. Las Finales de 2017, en una de las mejores plantillas que los Cavs han juntado jamás, y las de 2018, con un LeBron sobrehumano, supusieron los dos últimos cursos completos de Lue, esta vez sin el premio del anillo. Pero su gestión del vestuario y el restablecimiento de la química del equipo constituyeron su mayor argumento para el futuro.

Kawhi, un nuevo desafío

Tras la salida de LeBron, Lue dirigió seis solitarios partidos en los Cavs (los perdió todos) antes de ser despedido. Sus problemas de salud (insomnio, ansiedad, dolor de espalda...), que le hicieron perderse partidos en las dos temporadas anteriores, le hicieron tomarse un año sabático y volver en un puesto que supone una exigencia menor que el de primer entrenador. Tras tantear con los Lakers y un reencuentro con LeBron, aterrizó en los Clippers como asistente de un Doc Rivers con el que ya estuvo en su primera experiencia en los banquillos en Boston, de 2011 a 2013, así como en la 2013-14, primera de Doc en Los Angeles, con Griffin, Chris Paul, DeAndre Jordan y compañía. Y tras el despido de éste, se ha hecho con las riendas de un equipo moralmente desmadejado y absolutamente desunido, sin una cultura clara dentro de una franquicia que nunca la ha tenido y con la que tendrá que basarse en su gestión de vestuarios más que nunca si quiere sacar resultados claros y darle a Steve Ballmer lo que tanto ansía: el anillo. Algo que él, igual que muchos otros, sabe que es altamente complicado... y que no se consigue solo con un juego correcto y unas órdenes tácticas concretas. Sino con la unión de un vestuario que, como pasó en los Cavs, tiene una distancia abismal entre sus estrellas y el resto del equipo.

Ahí entra la figura de Kawhi, un hombre llamado a heredar un trono que ha tenido durante un puñado de meses y que ha vuelto a ceder a LeBron, ese rival con el que nadie puede y que sigue agrandando una leyenda ya inabarcable. Ahora, el príncipe sin reino se pone en manos de un entrenador que tendrá que hacer con él cosas a las que hizo en su día con LeBron, dada la diferencia de personalidad real que hay entre uno y otro. El Rey impone con su sola presencia, hace gala de su ego desmedido y se hace con el vestuario por lo civil o lo criminal, jugando con sus compañeros cuando están a la altura y luchando solo contra el mundo cuando no. Su némesis va más allá: ni exige con su comportamiento ni con su voz, y su liderato está en entredicho por todos, incluidos y muy especialmente sus compañeros. Kawhi no es una estrella al uso y su silencio es precisamente lo que más ha dañado su reputación. Lo hizo en los Spurs, con ese famoso entorno suyo y ese tío que le acompaña a todas partes, Dennis Robertson, y lo ha vuelto a hacer ahora en un sainete ni remotamente parecido (de Texas acabó saliendo) pero que ha dañado a unos compañeros cansados de tener que adaptarse a su load managment y sus innumerables exigencias.

Lue tiene trabajo. Y mucho. Crear una química inexistente y unir a los antiguos Clippers (Beverley, Williams, Harrell) con los nuevos (Kawhi y Paul George), además de resolver el conflicto de los descansos de Kawhi y resolver los desmanes que ha provocado. Y todo, mientras crea una cultura en un lugar en la que nunca ha existido. Al técnico le alaba una reputación no del todo demostrada y una valoración que no termina de ser justa, y ahora tendrá la oportunidad de reivindicarse mientras saca todo el jugo al ser más misterioso de toda la NBA y lo alecciona mientras encuentra la manera de jay untar todas las piezas y empezar con unos principios tácticos que nunca podrán darte el anillo si no hun trabajo psicológico y social previo detrás. Del ego de LeBron, al aura misteriosa de Kawhi. Del Rey de la NBA, a su príncipe. De una franquicia de mercado pequeño y con poca historia detrás a otra, con un mercado más grande que nunca pero una historia tan diminuta como siempre. Tyronn Lue tiene trabajo. Y, por el bien de los Clippers, más vale que salga bien.