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NBA | FINALES 2020

Vogel: el triunfo del 'don nadie' que se ganó el respeto de LeBron James

Pocos confiaban en él cuando llegó a unos Lakers en plena zozobra y donde aterrizó como tercer plato. Sin embargo, su temporada al frente del campeón ha sido extraordinaria.

Vogel: el triunfo del 'don nadie' que se ganó el respeto de LeBron James
Kim KlementUSA TODAY Sports

Frank Vogel no tiene pedigrí en el mundo del baloncesto. No fue un gran jugador, ni uno del montón y apenas hizo sus pinitos en la tercera división universitaria. No tiene una presencia pública arrolladora, ni un discurso superlativo o una inclinación mística hacia la profesión de entrenador. No es un tipo complicado, retorcido o misterioso. De hecho, tiene el aspecto de ese tío simpático que se lleva a todos los niños de la familia de excursión, o del nuevo novio de mamá, una buena persona poco interesante, en una serie de televisión americana.

El recuerdo de Frank Vogel, de hecho, casi se había desvanecido en apenas un año, el tiempo que había pasado desde que dejó el banquillo de Orlando Magic tras una muy mala experiencia: 54-110 en dos temporadas para olvidar… y, parecía, para ser olvidado. A veces, las carreras de los entrenadores NBA acaban así. Una curva mal tomada, un giro en dirección contraria y todo se acaba. El teléfono deja de sonar. Pero el de Vogel sonó en mayo de 2019, nada menos que para hacerse cargo de Los Angeles Lakers. Una de las instituciones deportivas más mediáticas del mundo y un equipo metido, en aquel momento, en un horrible sainete mediático. La primera temporada de LeBron James había terminado en fracaso sonado, con el astro lesionado y el equipo fuera de playoffs por sexta temporada consecutiva. Magic Johnson dejó los despachos de un día para otro y aireó desavenencias con su sustituto, un Rob Pelinka muy cuestionado. Y Luke Walton había sido despedido después de cuatro años en los apenas enseñó nada que demostrara su valía como técnico y se enzarzó en una guerra con la franquicia sobre quiénes debían ser sus acompañantes en el staff técnico.

Tyronn Lue no quiso saber nada y se fue a los Clippers, con Doc Rivers. Escarnio. Monty Williams se lo pensó mucho y acabó en Phoenix Suns. Más escarnio. Y, en ese momento, Frank Vogel pareció (lo fue, seguramente) un tercer o cuarto plato y un entrenador que aceptaba porque veía irse al último tren, que tragaría con lo que se le impusiera desde arriba y que, de hecho, firmó por menos años (tres) y menos dinero que lo que se había ofrecido a otros. Los Lakers metieron a dos entrenadores más en el organigrama, Lionel Hollins y un Jason Kidd al que muchos veían como el sustituto de Vogel antes incluso de empezar el curso. Kidd quería ser entrenador principal y LeBron lo había definido como “el único que veía el baloncesto como él”. El siguiente capítulo del melodrama de los Lakers parecía en el horno. Y apuntaba al banquillo.

Desde aquella presentación en mayo, cuando el traspaso por Anthony Davis todavía no era oficial y Pelinka intentaba sin suerte que las preguntas iluminaran al nuevo entrenador y no se centraran en el galimatías que parecía una franquicia histórica, han pasado más de 16 meses. Los Lakers son campeones de la NBA y Frank Vogel es su entrenador, un campeón con un enorme peso en un equipo de autor, con una maravillosa armonía, estrellas comprometidas con el bien colectivo y ni rastro de drama. Nada, cero. Ni un problema, ni una polémica, ni una salida de tono. Vogel, el tipo normal, había hecho algo al alcance solo de los entrenadores excepcionales, buenos de verdad: de elite.

Vogel (47 años) se crio en New Jersey, yendo a Philadelphia a ver a los equipos de la ciudad (también a los Sixers) y jugando al fútbol y al béisbol. A los 17 años, tuvo que escapar por una ventana de su casa en llamas. Fue justo antes de pasar por la Universidad de Juniata, desde donde se fue a Kentucky. Allí se licenció en biología y empezó a atosigar a Rick Pitino, entrenador de los Wildcats, en busca de una oportunidad en su organigrama. Solo quería aprender, hacer lo que fuera, formar parte del equipo. Finalmente Jim O’Brien, asistente de Pitino, se apiadó de él y le dio un puesto como analista de vídeo, la misma cantera desde la que han emergido Erik Spoelstra, David Fizdale o Mike Budenholzer. En seguida, Pitino y O’Brien se dieron cuenta de que Vogel no paraba de trabajar, nunca se quejaba de nada, pedía nada ni se apuntaba los méritos por nada. Solo quería aprender, currar, pertenecer. A partir de ahí, O’Brien lo llevó siempre con él, de los Celtics a los Sixers y de ahí a los Pacers, donde Larry Bird acabó despidiendo al head coach pero aceptando su consejo: su asistente, Frank Vogel, merecía una oportunidad.

Vogel convirtió a los Pacers en un equipo temible, con una defensa de nivel históricamente alto. Un equipo que pudo ser campeón, y que peleó a muerte con los Heat del big three (LeBron James, Dwyane Chris Bosh) en dos finales del Este (2013 y 2014): Derrotas por 4-3 y 4-2 para un equipo que ganó 56 partidos antes de que todo se fuera al traste. Por el agotamiento por no poder superar a los Heat y por la poca paciencia de un Larry Bird que quería a Paul George jugando como cuatro abierto con un estilo más dinámico y ofensivo. No funcionó porque George nunca compró la idea. Así se acabaron los Pacers de Vogel, un bloque de granito (George Hill, Lance Stephenson, George, David West, Roy Hibbert) impulsado por una defensa salvaje y por el ascenso al estrellato del jugador que no pudo llevar al equipo más allá y optó por marcharse, el mismo Paul George que obligó a Vogel intermediar entre él y Larry Bird.

Pero de esas batallas, de esa perfecta disposición de aquellos Pacers, se acordaba LeBron James, que vivió en primera persona cómo de difícil fue ganar aquellas series y cómo de bien entrenado estaba aquel rival. Por eso no era fingida su primera reacción al fichaje de Vogel: “Sé que estaremos bien preparados para salir a jugar”. Y por eso compró la idea desde el principio, cuando el nuevo entrenador se presentó con un power point en el que explicaba cómo quería replicar en L.A. aquella defensa bestial de Indiana: mucho físico, fuertes referentes interiores, conceptos de vieja escuela. Sencillo, sincero y comprometido, dicen que Vogel se ganó al vestuario porque asumió siempre su responsabilidad en las derrotas y porque exigió siempre a LeBron y Davis igual que al resto. Y con reprimendas cuando tocaba: a ellos les gustó y al resto también. Es fácil seguir a quien se atreve con todos, empezando por los más fuertes. Dialogante y con un sentido del humor particular, Vogel cita a humoristas que sus jugadores ni conocen y mete en las sesiones de vídeo fragmentos de comedias y algún que otro sketch de Saturady Night Live. Y funciona: todo funciona porque, muy pronto, todos empezaron a confiar en todos. Los entrenadores asistentes en él, él en los jugadores, los jugadores en él. Todos se sintieron importantes. Y ahí estaba la receta del campeón, con un entrenador que se ganó el respeto y el afecto de LeBron. Y eso no es fácil: que pregunten a David Blatt.

En el quinto partido de la temporada, el vestuario terminó impresionado con las decisiones de Vogel en un duro triunfo en Dallas (con una prórroga forzada por un triple in extremis de Danny Green). Después de un partido contra los Pelicans en el que los Lakers ganaron pero concedieron a su rival 68 puntos con casi un 70% de acierto en la pintura, Vogel extendió la bronca a todo el equipo, con nombres y apellidos. Los Lakers pusieron 20 tapones en su siguiente partido, contra los Pistons, y Anthony Davis reconoció que el estilo de su entrenador había calado en el vestuario: “Nos dice lo que nos tiene que decir a todos. También a LeBron y a mí. Hay entrenadores que no hacen eso con sus estrellas, pero me impresiona que él quiere que todo el mundo asuma su cuota de responsabilidad. Si el resto del equipo ve cómo nos exige a LeBron y a mí, va a tener mucho más respeto hacia el entrenador”.

Vogel no tiene el carisma de Pat Riley ni el aura de Phil Jackson. Pero es el primer entrenador al margen de ellos dos que hace campeones a los Lakers desde el título de 1980, el que sembró Jack McKinney y selló Paul Westhead. Su fachada de tipo normal esconde un conocimiento enciclopédico, una enorme capacidad de gestión y también una brillante capacidad táctica. En playoffs, los Lakers se adaptaron a la magia de Damian Lillard, la percusión exterior de Houston Rockets, el pick and roll Jamal Murray-Nikola Jokic y los uno contra uno de un Jimmy Butler rodeado de tiradores. Siempre ajustaron, siempre respondieron y siempre ganaron. Y lo hicieron con un entrenador que parecía de paso, la siguiente víctima de una franquicia en formato trituradora, y que ha acabado siendo el mejor posible para el puesto y, por encima de todo, un campeón de la NBA. Lo merece.