De Kobe y Pau a LeBron y Davis: el fin a la década negra angelina
Desde 2010, los Lakers se movieron en un mar de decisiones cuestionables y entraron en la peor época de su historia. LeBron recoge el legado y pone fin a la sequía.
Seis años sin playoffs, nueve sin pasar de segunda ronda, siete entrenadores distintos, jóvenes promesas traspasadas, guerra civil interna, temporadas de menos de 30 victorias... eso es lo que ha sido, entre muchas otras cosas, la última década de Los Angeles Lakers. La era más oscura a la que jamás se ha tenido que enfrentar una franquicia que pasó de ser fija en las eliminatorias por el título al hazmerreír de la NBA. Sin rumbo ni estructura, sin líderes visibles ni nadie que llevara el timón, ya fuera en pista, el banquillo o los despachos, la entidad más glamurosa y casi ganadora (pueden igualar a los Celtics este año en lo más alto con el número 17) de la historia de la mejor Liga del mundo sufrió una crisis que parecía pantagruélica y fue entrando en ese oscuro abismo que tan bien representan los mercados pequeños o los equipos más jóvenes. Pero nunca, nunca, nunca, una corporación como los Lakers, valorada en más de 4.400 millones de dólares, con 16 anillos a sus espaldas y un discurso que la NBA hizo como propio en los 80, cuando David Stern recogió las migajas de una competición en horas bajas y casi exhausta tras su lucha con la ABA e hizo de la parafernalia, la farándula y el glamour las reglas no escritas de una Liga que, rivalidad de Magic y Larry incluida, fue desde entonces siempre al alza bien acompañada de unos discursos y unos relatos que tenían, en parte, un extraordinario protagonismo hollywoodense.
Una década ha tenido que pasar para que los Lakers olvidaran su pasado más reciente y sonrieran de cara a un futuro que promete. Sobre todo en las últimas semanas, donde volver a lo más alto se convertirá en el objetivo número 1 que ha conseguido, con mucho esfuerzo y cadáveres, amarrar el presente con mimbres hacia el pasado, ajustar piezas con movimientos múltiples para tener un proyecto ganador a corto plazo pero que sirva también para los próximos años. Rodear a LeBron para que, cuando se retire (algo que parece que no va a pasar nunca) sea Davis el que coja el relevo y el liderato de esa entidad que ayer fue, hoy quiere volver a ser y mañana, seguir siendo. Porque parece que fue no hace tanto cuando Kobe y Pau conquistaban su segundo título consecutivo en sus terceras Finales, logrando la redención tras la derrota de 2008 y sumando un nuevo título a las vitrinas de los Lakers, el quinto para un Bryant que se colocaba a uno de Jordan y ya tenía uno para cada dedo de una mano.
Ni que decir que la historia fue radicalmente distinta. Nunca alcanzó a His Airness, ni en grandeza ni en títulos, aunque nadie jamás se acercó tanto como él. Y los últimos años de su carrera nunca fueron como los primeros, a pesar de que las tres siguientes temporadas todavía siguió a un nivel excepcional, incluida la 2012-13, con 34 años y 17 temporadas a sus espaldas, y en la que se fue a 27,3 puntos, 5,6 rebotes y 6 asistencias. Un premio muy bajo para un tendón de Aquiles roto y un final anticipado que nadie quería pero que se acabó certificando. Antes del mismo, Phil Jackson tuvo que ceder casi por primera vez en su carrera: los mensajes de Bryant y Fisher pidiéndole que se quedara un año más fueron un paso, pero el agotamiento por los viajes y su avanzada edad (casi 65 años), unido a sus múltiples operaciones (de cadera y compañía) inclinaban al técnico a la retirada. Finalmente decidió seguir, pero dejando de cobrar los 12 millones que cobraba por aquel entonces, debido en gran parte a que el resto de propietarios se quejaron de su gran sueldo y el Doctor Buss tuvo que agachar la cabeza ante ellos por el cierre patronal que estaba por venir y que ya era más que consabido en la Liga.
Con menos sueldo y problemas de Kobe en las rodillas empezó su última temporada. Ya se sabe cómo acabó, con el escolta acudiendo a menos entrenamientos con el beneplácito de su técnico y un sweep en semifinales ante aquellos Mavericks que alcanzaron su redención particular. Las semifinales se repitieron al año siguiente, ya con Mike Brown en el banquillo y el despido de éste al inicio de la 2012-13 (la de Nash, Howard y compañía) no gustó a Bryant, como tampoco la elección del nuevo entrenador, Mike D'Antoni. Por un lado, la mala gestión de Jim Buss y Mitch Kupchak a la hora de negociar la enésima vuelta de Phil Jackson oscureció las negociaciones, con el Maestro Zen enterándose por la prensa del acuerdo con D'Antoni cuando ya pensaba que iba a regresar a los banquillos (entre medias, Bernie Bickerstaff dirigió cinco partidos como interino). Por otro, la llegada de un técnico que era famoso por el Seven Seconds or Less de los Suns no fue bien recibido por un equipo en el que Dwight Howard no salía al pick and roll, Pau Gasol no era ni Shawn Marion ni Amar'e Stoudemire y Nash en vez de 32 años tenía 38. Por aquel entonces, Magic Johnson, uno de los protagonistas futuros, declararía que "el único que puede correr los 48 minutos es Kobe Bryant".
El tendón de Aquiles y la guerra civil
Desde luego, Kobe corrió hasta que se rompió. El tendón de Aquiles concretamente, lo que inició una odisea de tres temporadas en las que disputó 6, 35 y 66 partidos antes de retirarse. La era de los jugadores empoderados unida a la sombra que proyectaba el propio Bryant, concedían a la estrella la posibilidad de retirarse cuando él quisiera incluso en la única franquicia en la que, por muy bueno que seas, eres peor que la camiseta que representas. La lucha contra el tiempo y contra sí mismo dio una última distracción a unos aficionados que representaban como nadie la idiosincrasia de una de las caras de una ciudad muy rica pero muy pobre y que, en lo que respecta al Staples, está más pendiente de parecer que de ser. Desde luego, eso es lo que había conseguido el filántropo y mujeriego Doctor Buss, que adquirió la franquicia en 1979 de Jack Kent Cooke, junto al Forum, un rancho y el equipo de la NHL Los Angeles Kings: forjar celebrities en pista a base de acumularlas en las gradas, capitalizar la vida social de la ciudad y, por supuesto, jugar al baloncesto mejor de lo que nadie había jugado nunca, algo que hizo con el Showtime.
Entre caída y caída de un Kobe que siempre se negó a caer, la lucha interna se desató en la franquicia. Jerry Buss falleció de cáncer el 18 de febrero de 2013, pasando el 66% de la propiedad de los Lakers a sus seis hijos a través de un fidecomiso. Jeanie Buss tardó en salir airosa cuatro años, en los que soportó los intentos de golpe de estado de su hermano Jim y sus promesas incumplidas de salir de la franquicia si la cosas no iban bien en un plazo de tres años. Con jueces mediante, fue en 2017 cuando Jeanie se hizo con el control total, obviando reuniones clandestinas entre Jim y Jhonny (otro hermano) para echarla con argucias legales (y no tan legales). Hoy, la hija predilecta del Doctor Buss es a ojos de todos la propietaria de los Lakers, y de ella fue la decisión de echar a Mitch Kupchak en favor de Magic Johnson y reorganizar una jerarquía en la que ya era la cabeza más visible, aferrándose a un poder que había conseguido sin la ayuda de su ex pareja (Phil Jackson) y con gente leal a su servicio: Magic y Rob Pelinka.
Todo esto se cerró finalmente en 2017, un año después de que Kobe Bryant se despidiera con 60 puntos del baloncesto y diera inicio una nueva era que se llevó por delante a un Byron Scott sentenciado y que, siendo mejor entrenador de lo que demuestran sus últimos trabajos con Lakers y Cavs (disputó dos Finales con los Nets e hizo un gran papel con los Hornets) estaba allí en época de transición y se marchó con tan solo 17 victorias (un poco muy hondo) en su última temporada, también la de Kobe. La salida de la estrella y su eterna (y eternizada) figura daba paso a una nueva era que devolvería el glamour y las luces a una ciudad que, baloncestísticamente, había perdido su razón de ser y veía como su hermano malo, los Clippers, quedaban por delante suyo en las clasificaciones un año tras otro. El sainete en forma de juego de tronos dejó a una victoriosa (Jeanie) y cambió el rumbo de los Lakers para siempre. O, al menos, hasta ahora está siendo así. Es lo único que sabemos.
Nueva guerra y la promesa cumplida de LeBron
"Es una de las razones por las que quería venir a esta franquicia, llevarles al lugar en el que estaban acostumbrados a estar, competir por un campeonato". Son palabras de LeBron tras la victoria en el quinto partido de las semifinales del Oeste ante los Rockets. Ha costado, pero los Lakers han vuelto a unas finales del Oeste 10 años después de Kobe y Pau, y certifican el fin de su década negra para jugársela contra sus nuevos enemigos íntimos (los Clippers) en una eliminatoria (que se celebrará salvo sorpresa) que parece cosa del destino y que promete fuegos artificiales. LeBron ha llenado el vacío dejado por Kobe y ha establecido las nuevas reglas del juego, promediando al menos 25+10+5 en las dos primeras rondas de playoffs (nadie lo había hecho antes) y siendo el máximo asistente de una temporada de la que fácilmente se podría llevar el MVP. Y todo, llevando a los Lakers a playoffs seis años después, la crisis más larga de la franquicia, que nunca se había quedado fuera en más de dos.
Eso sí, antes del triunfo hubo una nueva batalla; la de Jeanie con Magic Johnson y ese sainete que desmadejó a los Lakers el año pasado, el de traer a Anthony Davis a cambio de todo y de todos. Tampoco Magic era favorable a un Luke Walton que sí contaba con la aprobación de Jeanie pero que se quedó sin su apoyo (al menos de manera pública) en su destitución, auspiciada ya por Rob Pelinka y por ese famoso entorno de LeBron que proyecta una influencia que ya acabó en su día con David Blatt y que estuvo a punto de hacer lo propio con Spoelstra en Miami. Ante la negativa de Pat Riley poco se podía hacer, como asumió un LeBron que para saludar a ese ser celestial tiene que quitarse hasta su corona. Como dicen por ahí, siempre hay un pez más grande. Y eso será así siempre, por mucho que LeBron siga escalando puestos de manera fulgurante y sin freno en la cadena alimenticia.
LeBron ha hecho buenas las promesas de cambio y ha podido con la peor temporada de su carrera (la 2017-18, primera sin playoffs desde 2005 y con la lesión más larga que ha tenido) para llevar a los Lakers donde les corresponde, de vuelta a la lucha por el campeonato. Magic se fue con la única proeza de haberle traído (que no es poco) y lo que no consiguió si lo hizo Rob Pelinka, traer a Anthony Davis y atarlo en una renovación que parece asegurada. Pelinka, amigo personal del hoy añorado Kobe, fue otra apuesta de Jeanie para hacerse cargo de una gestión deportiva de la que Magic salió alegando eso de "puñaladas por la espalda". Más de un año después de aquello, a Magic se le ha visto por el Staples para el funeral de Kobe y poco más. Nadie le echa de menos, aunque su intención de voto sigue quedando clara en Twitter y sigue representando una de las figuras más importantes de la historia de la NBA en general (la salvación de Stern) y de los Lakers en particular (la joya de la corona de Buss padre).
Y los Lakers, a soñar. De Kobe y Pau han saltado a otra pareja mítica, la de LeBron y Davis, que en sus diez primeros partidos en playoffs han conseguido de forma combinada ntre los dos, 542 puntos, 212 rebotes y 129 asistencias de forma combinada, la única pareja con unos números así junto a Oscar Robertson-JackTwyman y Elgin Baylor-Jerry West. El camino del regreso al glamour se ha completado, la mayor crisis angelina de la historia ha desaparecido y los vientos de cambio ya han llegado, reporten o no un anillo a las doradas arcas de la franquicia. LeBron asegura el presente y Davis, el futuro. Los despachos se estabilizan y la estructura se afianza. Los Lakers superan su década más oscura e inician el camino a lo más alto, en una constelación de la que siempre serán una estrella que ha recuperado un brillo que ha regresado para quedarse. La esperan ha sido demasiado larga. Pero ya están aquí. Por fin. Los Lakers han vuelto.