El gran récord de la NBA que Isiah Thomas batió a la pata coja
Los Lakers ganaron las Finales de 1988, pero eso no privó a Isiah Thomas de hacer historia igualmente con una actuación sobrehumana.
En paralelo a la lucha que mantenía -e iría a peor- con Michael Jordan y sus Bulls, la que le llevó a no ir a los Juegos Olímpicos de Barcelona o a tener una animadversión por el '23' que dura hasta nuestros días, Isiah Thomas tuvo más batallas. A finales de los 80 le tenían tomada la medida a Chicago en la Conferencia Este, pero todavía le quedaba un trecho para conseguir el ansiado Anillo. Lo conseguiría en 1989 y 1990, echando precisamente del camino a los protagonistas del tan aclamado documental The Last Dance, pero no en 1988, y allí tuvo lugar una de las grandes gestas de la historia pese a que no sirvió para otra cosa que no fuera para engrandecer su leyenda como uno de los bases con más orgullo de la historia de la NBA.
Los Lakers fueron el equipo que tuvo enfrente y que le planteó un gran dilema en aquel mes de junio de 1988. Los angelinos llevaban desde 1980 siendo el aspirante más claro al campeonato y habían tenido duelos míticos con los 76ers y, sobre todo, con los Celtics de Larry Bird. Querían continuar con el show-time y más cuando habían perdido el trono contra su archirrival el año anterior. Se medían a los Pistons, que por su lado del cuadro pusieron a bailar a Jordan con un estilo muy duro que les llevó al sobrenombre de 'Bad Boys'. Eran una amenaza tanto en estilo como en el propio desarrollo de las eliminatorias, aunque aquellos Lakers todavía dominaban.
La NBA recuperó aquel año el formato 2-3-2 para las Finales, muy discutido a lo largo de la historia por la ventaja que podía dar al equipo que menos tenía que ser beneficiado, y lo que ocurrió con Isiah Thomas fue también consecuencia de ello. Siempre se quieren cerrar las series, los partidos y los compromisos cuanto antes por si surgen problemas más tarde que te aparten de tu objetivo, algo que Thomas tomó casi al pie de la letra, muy al pie, tanto que el pie fue más protagonista que algunos de los jugadores que participaron en aquel acontecimiento. Un año más tarde se redimiría barriendo a los mismos Lakers y logrando el primero de sus dos títulos, pero en aquel momento la vida le dio un golpe y él dio una lección de vida.
El 19 de junio de 1988 se jugaba en el Forum de Los Ángeles el sexto partido de aquellas Finales. Los Pistons dominaban 3-2 tras el rendimiento que sacaron a los encuentros jugados en su pabellón, el Pontiac Silverdome. Los Lakers controlaban el partido después del descanso, pero Isiah Thomas empezó a anotar con mucha facilidad. La mala fortuna se cruzó ante sus ojos y acabó doloridísimo en el suelo con una torcedura de tobillo a falta de cuatro minutos para el final de ese periodo. Descansó 35 segundos exactos y volvió cuando todavía quedaban tres minutos y medio, absolutamente cojo. Y le dio igual. Cuando sonó la bocina del final de cuarto se había ido hasta los 25 puntos sólo en esa manga, con catorce seguidos, un récord de la NBA (más puntos metidos en un cuarto en unas Finales) que permanece vigente hasta nuestros días. No acabaría ahí todo. Su carta estadística final da un poco más de solera a la actuación: 44 minutos en cancha para 43 puntos, anotando 18/32 en tiros de campo, y sumando 8 asistencias y 6 robos. Tuvo que hacer de todo siendo un puro guiñapo. Las imágenes dieron la vuelta al mundo...
Los Pistons se pusieron por delante en los últimos dos minutos del partido haciendo que los operarios poco menos que pusieran el champán a enfriar. Los Lakers, sin embargo, no podían tener un resbalón como aquel, en su glamurosa casa y contra un líder que estaba a un soplido de caer. Thomas no acertó con el tiro final tras una buena defensa, el MVP James Worthy cogió el rebote y Kareem Abdul-Jabbar sentenció desde los tiros libres. Victoria de los Lakers por 103-102. Y el séptimo también era en casa. Ahí ganarían el Anillo, con el factor-pista a favor y ante un Isiah Thomas que no sólo sufría del tobillo sino de su dedo menique izquierdo dislocado y un ojo a la virulé tras aterrizar una de las manos de sus contrincantes en él.
Una alabanza
La capa de héroe no le valió para ganar, pero sí para ser valorado. "Sin él no hubiéramos tenido ni opción. Nos ha mantenido él solo y ha demostrado que es una superestrella", dijo Chuck Daly, su entrenador, en la víspera del séptimo encuentro. Sin embargo, fue otro capotazo el que le marcaría más por la persona que se lo tiró...
"Ha sido su mejor partido", dijo 'Magic' Johnson, el que estaba justo enfrente y al que unía una estrecha amistad que luego se marchitó de una manera realmente fea (y que arreglaron con un encuentro lacrimógeno en 2017). El reconocimiento que quizás no haya tenido por diversas razones siempre estuvo, sólo había que escarbar.