NBA

Julius Erving: la leyenda del Doctor que voló antes que Michael Jordan

El gran error histórico de los Knicks, el único MVP en ABA y NBA, el hombre de las batallas históricas con Larry Bird y los Celtics y un pionero que cambió el baloncesto.

Andrew D. BernsteinDIARIO AS

Los Knicks han cometido muchos errores en su historia. Muchísimos. Desde 2000, la franquicia más rica de la liga, la mina de oro en el corazón de Manhattan, ha jugado solo seis series de playoffs. Y ha perdido cinco. Y pese a toda esa historia tragicómica de los últimos veinte años, que ya va lloviendo, su peor error sigue siendo haber renunciado a un jugador generacional por un puñado de dólares. En el verano de 1976, cuatro franquicias de la ABA sobrevivieron a la fusión con la NBA: Indiana Pacers, Denver Nuggets, San Antonio Spurs y los Nets, que como equipo de Nueva York se encontraron con una demanda de los Knicks, que pedían 4,8 millones de dólares por lo que consideraban una invasión de su territorio comercial.

Metidos en ese embrollo, los Nets incumplieron las promesas de subida salarial a esa estrella, que se puso en rebeldía mientras era ofrecido a los Knicks a cambio de retirar su demanda. Estos rechazaron esa opción y fueron a por sus 4,8 millones. Y en esas aguas revueltas, los Sixers compraron el contrato (unos 3 millones) e indemnizaron a los Nets (otros 3) para llevarse al jugador. Los Knicks siguen pensando que ese fue su mayor error de siempre, el peor de una franquicia experta en cometerlos. Los Nets sintieron que habían comprado su supervivencia en la nueva NBA pero quedaron a la deriva, sin rumbo (22-60, el peor equipo de la liga la siguiente temporada). Y el jugador fue campeón con los Sixers en 1983 del mismo modo que había sido dos veces campeón en la ABA (1974 y 1976, con los Nets). Fue MVP en 1981 del mismo modo que lo había sido tres veces en la ABA, el único en lograrlo en ambas competiciones. Fue 11 veces all star, 16 contando la primera Liga. Y se retiró con unas medias en su carrera de 24,2 puntos, 8,5 rebote y 4,5 asistencias. El octavo máximo anotador de la historia si se suman ABA y NBA.

El jugador era Julius Erving, el Doctor J. El apodo, tan icónico, le vino de un amigo del instituto Roosevelt, en Nueva York, donde había crecido en los projects de East Meadow. Él, a cambio, llamaba a ese amigo, Leon Saunders, Profesor. Para el mundo, Erving se doctoró en los míticos partidos callejeros de Rucker Park, en Harlem. Maravillados por su juego, los aficionados empezaron a referirse a él como Houdini y el Moisés Negro. Hasta que él se acercó y les dijo que si tenían que ponerle un apodo, fuera Doctor. De ahí a Doctor Julius y a, finalmente, Doctor J, al que en sus inicios en la ABA compararon con Thomas Edison porque "cada noche inventaba algo nuevo en la pista".

El primero de una nueva estirpe

El término posterizar se inventó para definir los mates entre el tráfico de las zonas de Erving, un experto en la materia cuando casi esta no era ni materia. Cuando los mates eran una acción bruta y muchas veces antideportiva de los hombres altos. Él fue uno de los primeros en convertirlos en un arte del juego y en un recurso aplaudido para acabar jugando con altísimo porcentaje y para poner en pie a las gradas. La estirpe de los aleros voladores no empezó con él, si acaso con Elgin Baylor, pero sí creció gracias a él y a plasticidad infinita. Lo siguiente, para el gran público, ya fue Michael Jordan. Pero antes de él, Julius Erving tuvo su propio modelo de zapatillas, anuncios publicitarios y gradas llenas solo para verle jugar. En su año final (1986-87), todos los pabellones agotaron entradas y le homenajearon en su última visita, algo que después vimos con otros mitos, el último Kobe Bryant. Mucho antes, en sus inicios en la inestable ABA con los Squires de Virginia, sorprendía a todos con sus mates en el calentamiento previo a los partidos. Cuando su entrenador le preguntó un día cómo había inventado uno de ellos, contestó que lo había soñado la noche antes y que esa era la primera vez que lo hacía.

Los Squires lo descubrieron con cintas de pésima calidad, imagen en blanco y negro y tan granulada que no se le distinguía apenas, de sus partidos en UMass, cuando promediaba en College más de 26 puntos y 20 rebotes por partido antes de dar el salto al baloncesto profesional por la vía forzada del hardship, el asalto pirata de la vanguardista ABA a las futuras estrellas de la NBA. Esta práctica, que Red Auerbach y el resto de puristas consideraba profundamente antiamericana, había empezado con Spencer Haywood cuando este promediaba (aburrido) más de 32 puntos y 22 rebotes en la Universidad de Detroit.

Con sus contratos tan imaginativos como en realidad engañosos, Erving saltó a la ABA a cambio de medio millón de dólares por cuatro años que en realidad eran 75.000 dólares al año con el resto en cantidades derivadas en plazos a una cuenta que podría cobrar siete años después. La ABA pensaba que se llevaba a un chico "con manos muy grandes y mucho instinto reboteador". En un puñado de entrenamientos, sabía que había encontrado petróleo, el jugador que más legitimó a esa liga contracultural y más supuso para el equilibrio de fuerzas en el traslado a la NBA. El que los entrenadores protegían en los primeros entrenamientos para que no lo reventaran a palos los veteranos, incapaces de imponer jerarquía de otro tipo ante él. Con su afro y la bendición de Tex Winter, el inventor del triángulo ofensivo que perfeccionó Phil Jackson en sus once anillos como entrenador, Erving dejó a todo boquiabiertos nada más aterrizar, cuando sus entrenadores descolgaban el teléfono para llamar a sus colegas de otras franquicias: "Hay un chico aquí que es lo más increíble que he visto en mi vida".

El SLAM de slam dunk también se le debe a él, cuando la prensa de la época cambiaba la jerga para adaptarse a un alero sin comparación ni precedentes. Artis Gilmore le dejó sin ser Rookie del Año pese a sus más de 27 puntos y 15 rebotes por partido. En 1976 ganó el primer concurso de mates de la ABA con una carrera desde la otra punta de la pista para saltar desde la línea de personal, el mate que luego perfeccionó hasta lo sobrehumano Michael Jordan en 1988. En el primer partido de las Finales de 1977, las que perdieron sus Sixers tras desfondarse contra los Blazers (de 2-0 a 2-4) dejó uno de los mejores mates en partido de siempre ante el gigante rojo, Bill Walton. En 1983 Chick Hearn, el mítico locutor de los Lakers, bautizó como Rock The Baby, acunando al bebé, su histórico mate ante Michael Cooper sacando el balón desde la cintura. En las Finales de los 80, tal vez su acción más imposible, anotó la archifamosa Baseline Move recorriendo la línea de fondo y sorteando (también contra los Lakers) la ayuda de Kareem Abdul-Jabbar con una bandeja con la mano derecha pese a tener todo el cuerpo, hombro incluido, detrás del tablero.

De Nueva York al anillo con los Sixers

Erving enlazó la ABA, donde le penalizó la escasa cobertura televisiva que dejó una tonelada de heroicidades sin testigos, con la NBA, donde lideró a unos Sixers tremendos, primero con Doug Collins, Lloyd B. Free y George McGinnis, finalmente y para ser campeón con Moses Malone, Maurice Cheeks y Andrew Toney. Ese equipo, el del anillo de 1983, ganó 65 partidos y Malone, que permitió el click definitivo con su fuerza bruta en las zonas, prometió el "fo, fo, fo", con su caricaturizado acento: tres series ganadas por 4-0 en playoffs. Acabó siendo "fo, five, fo", porque los Bucks les rascaron un triunfo en la final del Este. En sus últimos Sixers (1986-87), dos eras cosidas con hilo de oro, ya jugaba Charles Barkley.

Toda su carrera NBA se desarrolló en Philly, donde sus duelos con Larry Bird y sus Celtics son historia del Este, incluida la invención del "Beat L.A.", el cántico del Garden para animar a su descarnado rival cuando acababa el séptimo partido de la final de Conferencia de 1982 y el triunfo visitante era inapelable. Al fin y al cabo, más odiados eran los Lakers, que esperaban para la batalla definitiva y que se llevaron esa Final (4-2) pero cayeron un año después, cuando el acorazado Malone lo cambió todo para los Sixers, su equipo aunque había sido drafteado por los Bucks (número 12 en 1972). Allí pudo formar un big three de ensueño con Oscar Robertson y Kareem Abdul-Jabbar. Optó por la ABA, donde sus primeros contratos generaron una guerra entre las dos ligas y tres equipos, ya que los Hawks lo tuvieron en algunos amistosos de pretemporada junto a Pete Maravich, otra pareja increíble que no fue, tras firmarle un millón de dólares con 250.000 de bonus. La NBA, mientras los Lakers trataban de colarse por alguna rendija y hacerse con él, lo quería en los Bucks, el equipo que lo había elegido en el draft; y los Hawks se llevaron multas por esos finalmente cuatro amistosos mientras el juez dictaminaba que su contrato válido seguía siendo con los Squires, en Virginia, a pesar de que había descubierto que su agente trabajaba para la franquicia y le ofrecía contratos por debajo de su valor de mercado. Así era el baloncesto profesional previo al merger y previo a los dorados años 80. Su primer contrato con New York Nets fue de 350.000 dólares por ocho años. Los Squires, en el desastre económico en el que acabaron casi todas las franquicias de la loca ABA (una liga divertidísima cuyo estilo de juego era más parecido que el de aquella NBA al actual de la liga), se quedaron sin su estrella a cambio de salvar los muebles con 750.000 dólares de compensación.

Después de retirarse se doctoró en la Universidad y, por supuesto, entró en el Hall of Fame. Manejó negocios en la NASCAR (una pasión extraña para un afroamericano criado en Nueva York), con Orlando Magic, Coca Cola... Su imagen intachable, un tipo con un carisma elegante y casi místico, una gracia de súper estrella en tiempos en los que el concepto era muy extraño al baloncesto profesional, no acabó definida por una vida marcada por la pérdida: su padre, que no lo había criado, murió cuando era un niño. Su hermana mayor murió de cáncer a los 37 años, su hermano pequeño de lupus a los 16, en 2004 perdió a su madre y después a un hijo que tuvo un accidente de tráfico a los 19. Erving reconoció años después, en un ejercicicio de sinceridad brutal, que había perdido la cabeza por las mujeres, perdiéndose por ejemplo en apuestas sobre con cuántas podría acostarse en cuántas noches seguidas. De esos tiempos vino Alexandra Stevenson, tenista profesional e hija de la que solo supo por una carta de la madre, la periodista deportiva Samantha Stevenson. De ese escándalo vino un divorcio de su primera mujer, Turquoise, que incluyó peleas con agresiones físicas por ambas partes. Ninguna vida es casi, casi nunca tan feliz como parece desde fuera.

En tiempos en los que el baloncesto no vendía nada por sí mismo, los Squires sacaban tajada del joven del afro y los vuelos sin motor que se alimentaba a base de SpaguettiOs, unas famosas sopas de tomate con pasta. En las Noches del Doctor se podía entrar a los partidos pagando solo un dólar si se llevaba un botiquín o un estetoscopio. El verdadero premio era ver en directo a uno de los primeros jugadores que arrastraban todas las miradas hacia él, que mantenía los pabellones en silencio, todos esperando a ver qué hacía en la siguiente jugada. Un Thomas Edison con zapatillas de baloncesto. El Moisés Negro de Rucker Park. Y uno de los jugadores más grandes de la historia del baloncesto, quizá uno que no valoramos lo suficiente porque nos perdimos mucho de él, de la ABA a su primera NBA. El que voló antes que Michael Jordan, el que anotaba canastas imposibles en el aire y con el cuerpo por detrás del tablero: el inolvidable Doctor J.

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