"Yo no pierdo aquí": 1988, Jordan y el mejor All Star de la historia
El último All Star en Chicago fue legendario: el dedo de Larry Bird al cielo, el Jordan vs Wilkins en los mates y un partido duro y con conjura de Jordan.
En febrero siempre hace frío en Chicago. Pero el 7 de febrero de 1988 hacía, hasta para los estándares que se manejan a orillas del Lago Michigan, mucho frío. Mucho: "lo recuerdo como el día más frío en la historia de la ciudad", dijo años después Doc Rivers, que ahora entrena a los Clippers y que entonces fue All Star en representación de los Hawks... y de su Chicago natal. Como Isiah Thomas, Mark Aguirre y Maurice Cheeks. El gigantesco y vetusto Stadium, que fue derruido en 1995 con retransmisión de CNN en directo y aficionados de los Bulls y los Blackhawks (NHL) a lágrima viva, no estaba demasiado bien acondicionado para las malas rachas climatólogicas. Estaba en Chicago, sí, pero había sido construido, al fin y al cabo, en 1929. Había costado 9,5 millones de dólares y había sido, en otros tiempos, el recinto deportivo cubierto más grande del mundo y el primero con algo parecido a aire acondicionado, un sistema tan rudimentario que había partidos que terminaban con una creciente bruma acercándose a la pista. También tenía un órgano de 3.663 tubos y seis teclados y un parqué cuya parte central acabó en la mansión de Michael Jordan, en Carolina. Era, o de eso presumía, el lugar más ruidoso del deporte americano, como todavía lo recuerda una placa junto al United Center, el actual pabellón: "1929-1994: remember the roar". Recuerda el rugido.
En el Stadium los Bulls cerraron un anillo del primer threepeat (1991-93), el de 1992 contra los Blazers, justo antes de que Michael Jordan y el resto del Dream Team cartografiaran en Barcelona las bases definitivas de la expansión global de la NBA. El de 1991 lo habían ganado en L.A. y el de 1993 lo ganarían en Phoenix. Después vino la retirada y regreso de Jordan, la mudanza, el United Center y el segundo threepeat (1996-98). El Stadium fue, es, un pedazo de la historia del deporte de Chicago. Y hacía mucho, mucho frío, ese fin de semana de febrero, 7 y 8, en el que Michael Jordan hizo que el mundo se hiciera una pregunta:
¿Puede volar un hombre?
En cuestión de días (eran tiempos sin internet, móviles, redes sociales, fenómenos virales...) las imágenes de Michael Jordan volando, casi literalmente, en el Stadium dieron la vuelta al mundo destinadas a quedar así, congeladas en la memoria colectiva de una época, la metáfora del gran salto de la NBA hacia el futuro. La lateral, el ángulo que hacía pensar que quizá Jordan no tenía ninguna intención de aterrizar, la captó Bill Smith, fotógrafo de los Bulls. La frontal y desde abajo, el escorzo con el marcador del Stadium y sus anuncios de Gatorade, Coca-Cola y Winston, fue una toma de Walter Looss, de Sports Illustrated. Con truco: descontento con sus fotografías del concurso de 1987, acordó con Jordan que este se tocaría una u otra rodilla en función de desde dónde fuera a atacar el aro para que él pudiera tener siempre la mejor posición. Jordan, para sorpresa de Looss, cumplió escrupulosamente.
Jordan voló para ganar un concurso de mates legendario en una noche del sábado que abría un All Star que todavía no tenía Rising Stars, concurso de habilidades, partido de celebrities... La NBA concentraba todo su polvo de estrellas en los concursos de mates y triples y un All Star Game, Este vs Oeste, al que todavía le quedaba el suficiente músculo competitivo, ese factor X que después no ha habido forma de recuperar, no en plenitud y por mucho que se sigan probando formatos. Pero en Chicago, en 1988, la narrativa que cautivó a una generación ya se acercaba a su mayoría de edad, en el relevo de las batallas entre Magic Johnson y Larry Bird y las peleas (literalmente) de Jordan con los Bad Boys de Detroit. Las estrellas ya brillaban con mucha fuerza pero seguían lo suficientemente lejos: quedaban años para Barcelona 92, para la internacionalización de la NBA y no digamos para el League Pass y las redes sociales. Los All Star Weekend eran, por entonces, como el paso de un cometa, Algo que convenía no perderse aunque solo fuera por inusual. Por extraordinario. Y ninguno como el de 1988.
Hasta Houston 1989 el concurso de triples no tuvo más campeón que Larry Bird, que se impuso en las tres primeras ediciones y dejó luego vacante el trono al que subió Dale Ellis, finalista en Chicago. Por entonces (1987-88: todavía prehistoria por estilo de juego) Bird solo lanzaba 3,1 triples por partido, y metía 1,3. Pero su imagen junto a los carros y con la chaqueta de los Celtics puesta acabó siendo metáfora de una precisión quirúrgica. Asesina: Bird era imbatible. En Chicago entró al vestuario, siempre lo solía recordar Michael Cooper, preguntando al resto de participantes si ya sabían "quién iba a quedar segundo". Y en su último tiro, el ganador, levantó su dedo índice al cielo en cuanto el balón salió de sus manos.
Magic Johnson e Isiah Thomas, dos de los capos de aquella NBA en crecida imparable, ya habían convertido para entonces en tradición que el resto de estrellas se apiñaran en la primera fila durante los concursos. Especialmente cuando llegaba el de mates, una idea copiada a la ABA y que la NBA introdujo con un éxito incuestionable en 1984 en Denver, donde Larry Nance machacó con dos balones y estropeó lo que parecía un triunfo cantado del mítico Julius Erving, que había hecho la transición entre las dos ligas junto al concurso. La colisión en Chicago de Michael Jordan y Dominique Wilkins, por entonces también los dos máximos anotadores de la NBA, reunió todos los ingredientes para pasar a la historia incluso antes del cara a cara final. Una tormenta perfecta: en 1985 Wilkins ganó a Jordan, por entonces un rookie que tuvo que preguntar a su agente hasta cómo tenía que ir vestido al concurso. Después, las lesiones dejaron sin participar a Jordan en el 86 (ganó Spud Webb) y a Wilkins en el 87 (ganó Jordan). El gran duelo se rumió durante tres años, un choque en el cielo de Chicago al que asistieron como meras comparsas jugadores que eran, en realidad, excelentes matadores: Clyde Drexler, Jerome Kersey, Spud Webb, Greg Anderson y un Otis Smith al que le tocó el trago de machacar en primera ronda después de Jordan. Misión imposible.
En la final, Wilkins y Jordan intercambiaron mates imposibles, el primero con sus tomahawks, unas detonaciones que siempre parecía a un palmo de reventar el tablero; y el segundo con sus escorzos felinos y unos saltos aparentemente ilógicos. Con una atmósfera que el propio Dominique recuerda como "mística", el desenlace llegó a un polémico último mate en el que el alero de los Hawks (para muchos el guiño del jurado a Chicago y Jordan) solo se llevó 45 puntos por un violento mate con las dos manos, saltando con ambos pies y sacando la bola desde muy abajo. Muy poco... y la puntuación que lo dejaba todo pendiente de que Michael Jordan lograra 50 puntos, la nota perfecta, y se proclamara campeón.
Y, después de un primer intento fallido, Jordan voló casi, casi desde la línea de personal y tras apartar a los fotógrafos del otro lado de la pista para coger más carrerilla. Air Jordan, su majestad del aire, que no entrenaba demasiado sus mates y los elegía casi sobre la marcha, reconoció que en ese momento estuvo nervioso por primera vez en un concurso y que se decidió cuando vio a Erving, que ya había saltado desde la línea de personal en un concurso, haciéndole gestos en la grada. Con aquel mate inolvidable, no solo ganó aquel concurso de 1988: imprimió en la memoria colectiva un momento y un lugar. Para muchos la era Jordan nació cuando anotó, en el playoffs de 1986, 63 puntos contra los Celtics y Larry Bird dijo aquello de que Dios se había disfrazado de jugador de baloncesto. Después, su primer anillo no llegaría hasta 1991. Pero en gran parte allí, en el Stadium el 7 de febrero de 1988, despegaron definitivamente tanto Jordan como la NBA.
Un día después, Wilkins (que ganó con polémica, esta vez a su favor, los mates a Kenny Smith en 1990) y Jordan compartieron equipo en un Este tremendo que se impuso (138-133) a un Oeste igual de tremendo. Por un lado el big three de los Celtics (Bird, McHale, Parish), Jordan, Wilkins, Isiah, Doc Rivers y Daugherty; por otro el trío de oro de los Lakers (Magic, Worthy, Kareem), Malone, Drexler, Aguirre, Fat Lever, English... Una constelación que se colaba en todas las casas del mundo cambiándolo todo para siempre y la prueba irrefutable de cúanto había crecido la NBA desde el primer All Star celebrado en Chicago, en 1973. Entonces, Dave Cowens había sido MVP con 15 puntos y 13 rebotes. Quince años después, Michael Jordan anotó 16 puntos en los últimos 5 minutos y 51 segundos y acabó con 40, 8 rebotes, 4 robos y 4 tapones. Y una bronca en el descanso, y aunque el Este iba por delante en el marcador, a quienes no se estaban tomando el partido en serio con esta rúbrica final: "I'm not losing in this building". Yo no voy a perder en este pabellón.
Karl Malone anotó 22 puntos, Kareem Abdul Jabbar adelantó a Oscar Robertson como máximo anotador de los All Star, marca que mantuvo hasta 2003. Y Magic Johnson repartió 19 asistencias para el Oeste mientras Isiah Thomas daba 15 para el Este, ocho de ellas directamente a Michael Jordan, que se estaba coronando ante Chicago, la NBA y el mundo como el nuevo rey, el jugador que lo cambió todo dentro y fuera de las pistas. Y que en 1988, en el que para muchos es el mejor All Star Weekend de siempre, nos condujo a una pregunta que nunca pensábamos que tendríamos que hacernos:
¿Puede volar un hombre?