Abusos, líos, pobres resultados... los Lakers se la juegan con Kidd
Kidd, después de meses de rumores, ficha finalmente por los Lakers pero lo hace como segundo de Vogel. La apuesta es muy arriesgada.
Jeanie Buss, hace apenas un año todavía la gran esperanza de los Lakers para regresar a los tiempos de gloria que edificó su padre, el Doctor Buss, ha visto como su figura se ha debilitado de forma dramática desde la llegada de LeBron James, un hito que prometía un futuro mejor que de momento ni se adivina. La propietaria, tras el golpe de estado con el que desbancó a su hermano Jim en 2017, parece ahora obsesionada con su nicho de poder, entregada a un círculo de confianza viciado y en el que reina el nepotismo. La salida de Magic Johnson, una oportunidad caída del cielo para modernizar el funcionamiento de la franquicia y atraer personalidades de pensamiento distinto (y externo al núcleo duro de la histórica familia Buss) ha acabado, sin una sola explicación pública de nadie durante un proceso que ha destrozado la poca buena prensa que le quedaba a la actual estructura de la franquicia, en un redoble de la confianza de Buss en, y parece que en nadie más, el matrimonio Rambis, Kurt y Linda, y el general manager Rob Pelinka, tan próximo a Kobe Bryant. Ninguno de ellos está ahora mismo bien visto a casi ningún nivel en la NBA. Ninguno parece estar gestionando ni decidiendo con sentido y dirección pero todos, o eso parece, ofrecen a Jeanie Buss una falsa sensación de seguridad en una institución que no termina de entender que regresar a la excepcionalidad tiene que pasar, a estas alturas, por salir completamente de ella.
Al menos entre bastidores. Renovarse o morir no es un tópico en el caso de los Lakers. De momento, y en una actitud profundamente decepcionante, Jeanie Buss ha elegido morir.
La búsqueda de entrenador ha echado sal a todas las heridas y agravado la crisis de imagen pública de unos Lakers donde los jugadores, según el periodista Chris Haynes, procesan todo lo que sucede entre el bochorno y la broma. Normal. Un recorrido en el que ha fallado todo, el método y la comunicación, y que ha acabado con una lacerante ruptura con Tyronn Lue, filtradas las condiciones y maniobras de una franquicia en la que todos parecen temerosos de ceder parcelas de mando y asustados por la percepción pública de la importancia de un LeBron James que, por ahora, se mantiene en un discreto segundo plano aunque sí ha expresado su decepcionada sorpresa por la salida de Magic Johnson. Ya en situación de coger a quien se pueda y no a quien se quiera, los Lakers han acabado con Frank Vogel, un buen profesional que ha aceptado todo aquello con lo que no tragó Lue: solo tres años de contrato, Jason Kidd en su equipo como asistente. Vogel quería el puesto sin condiciones, o eso parece, y Lue no. Veremos si se acaba arrepintiendo pero desde hoy los problemas, todos los problemas de los Lakers, son suyos también.
Después de sobrevolar la actualidad de la franquicia, entre el rumor de mal fario y las bromas de humor casi negro, Jason Kidd ha acabado contratado por los Lakers. A pesar de que a Jeanie Buss no le gustó que hablara públicamente de ello antes incluso de la salida de Luke Walton. A pesar de las dudas que hay sobre él, personales y profesionales. A pesar de que su unión con Vogel nace con la sospecha del caballo de Troya y muchos ven ya un futuro a no muy largo plazo en el que el head coach cae y Kidd asciende... para sorpresa de casi nadie. Algo así pasó con Lue y David Blatt en Cleveland, y por eso tal vez el ex de los Cavs (que curiosamente propuso a Vogel como asistente) no quiso saber nada de esta opción. Lue partía con mucho más respeto que Blatt de LeBron, como ahora Kidd aunque parece que al 23 le agrada Vogel, contra el que peleó en durísimas series Heat-Pacers en el Este previo a su regreso a los Cavs. Kidd, además, tiene un historial que hace la sospecha perfectamente comprensible, algo que no sucedía con un Lue cuyo comportamiento suele ser intachable y que, por ejemplo, llamó personalmente a Luke Walton para desmentir los rumores que no dejaban de salir sobre su cargo durante la tumultuosa temporada pasada que ha dado paso a una todavía más tumultuosa postemporada.
Jason Kidd, LeBron James... y Lonzo Ball
Kidd no se ha granjeado precisamente buena fama y sus experiencias como entrenador tampoco han sido precisamente una iluminación. Que haya acabado en los Lakers tiene mucho que ver con los pasos en falso de la franquicia y la irrupción de voces como las de Kurt Rambis e incluso Phil Jackson, expareja de Jeanie Buss. Razones hay, algunas con cierto sentido y otras enmarcadas, ahora mismo y salvo que alguien sepa algo que todavía no debería saber, en el puro pensamiento ilusorio. Me refiero al rumor al que dio voz Bill Simmons cuando dijo que le habían dicho que Kyrie Irving se estaba pensando ir a los Lakers, para lo cual la presencia de Lue sería un obstáculo tras su extraña salida de Cleveland y la de Kidd, un punto a favor ya que Kyrie creció en New Jersey mientras el exbase llevaba a los Nets a las Finales. Más tangible parece el hecho de que los Lakers ven en él un mentor perfecto para Lonzo Ball y saben que LeBron le tiene en la mejor estima desde los Juegos de 2008, donde ejerció de líder veterano para unas estrellas jóvenes que venían de pegársela en Atenas 2004 y Japón 2006. Tyson Chandler, que fue campeón con Kidd en los Mavs de 2011 (contra LeBron, precisamente) también habría aconsejado su fichaje pensando, también en su caso, especialmente en Lonzo.
¿Y si funciona? El ser humano tiene una tendencia admirable a hacer buenos análisis y descartarlos después para favorecer su propia sugestión: puede que esta vez sí salga bien, puede que a mí sí me salga bien. Pero, de entrada, la figura de Vogel arranca debilitada porque lo que trasluce es que ha cedido ante Pelinka y ha metido en el corral a un lobo que quiere ser pastor. Kidd (46 años) se retiró en 2013 y automáticamente comenzó a entrenar en Brooklyn Nets. Allí orquestó en cuestión de meses un golpe de estado contra el general manager Billy King. Ávido de poder y a pesar de tener un contrato por cuatro años y 10,5 millones, viró en cuanto se rechazó su intención de ascender a presidente de operaciones hacia unos Bucks en los que tenía mano con los nuevos propietarios y donde, para rechazo de una NBA donde algunas cosas todavía son sagradas, toquiteó, propuso y sugirió a pesar de que el equipo tenía entrenador, Larry Drew. Ese fue finalmente su puesto, aunque empezó aspirando, con en los Nets, a despachos más altos en la dirección.
Sobre Kidd, además, ha sobrevolado la sospecha de haber sido parcial con jugadores de su agencia, Excel Sports (Carter-Williams, Rashad Vaughn, Thon Maker...). En Milwaukee el ambiente del vestuario mejoró radicalmente con su salida, por no hablar del impulso deportivo que ha supuesto la llegada de Mike Budenholzer. Con Kidd, los Bucks eran un equipo sin más plan defensivo que una presión altísima contra la que pronto todos tuvieron antídoto y con un ataque que apenas sacaba partido del tiro exterior. En un modelo radicalmente distinto, han sido el mejor equipo de esta temporada. Kidd llegó en 2014, después de que la franquicia tuviera que dar dos segundas rondas a los Nets, y llevó al equipo a dos primeras rondas de playoffs y a un primer año muy prometedor en el que pasó de 15 a 41 victorias. También sentó las bases de la conversión de Antetokounmpo en base. Un balance modesto, con luces y sombras, que siguió a otro similar en Brooklyn, donde el equipo cayó ante los Heat en segunda ronda con (Brook Lopez se lesionó) Deron Williams, Joe Johnson, Paul Pierce y Kevin Garnett. No es para tirar cohetes, y menos si la imagen más recordada es aquella en la que le pidió a un jugador que le empujara para poder tirar su bebiba y sacar un tiempo muerto extra mientras se limpiaba la pista en los últimos segundos de un final apretado. Se llevó una multa de 50.000 dólares.
Fuera de las pistas, y aunque su segunda etapa en los Mavs le ayudó a mejorar su imagen y le impulso a ganar dos premios a la Deportividad, su carrera quedó marcada por el caso de violencia doméstica en 2001 contra su ahora exmujer. Aquel escándalo provocó su salida de Phoenix y acabó años después con un divorcio sucio y lleno de acusaciones cruzadas. Más allá de una línea que las franquicias no deberían traspasar (y con la que coquetean sin necesidad los Lakers), Kidd vive ahora en un segundo matrimonio mucho más estable y feliz después de años marcados por casi todas las sombras que acosan a muchas estrellas del deporte: apuestas, bebida, infidelidades escandalosas (cheerleaders, ejecutivas de sus franquicias, periodistas...). Nada más fichar por los Knicks, estrelló borracho su coche una cabina de teléfonos. En definitiva, es legítimo pensar que tampoco en lo personal tenían los Lakers ninguna necesidad de meterse en esto.
Uno de los grandes bases de la historia
Con su balance como entrenador por ahora no más allá del aprobado raspado, y eso con generosidad, de lo único que no hay duda es de por qué parece un mentor ideal para un Lonzo al que, además, se ha comparado siempre por físico y estilo con el de San Francisco. Súper estrella de instituto y college, número 2 del draft de 1994 y 10 veces all star, Kidd tiene un anillo de campeón, dos oros olímpicos, cinco nominaciones para el Mejor Quinteto y cuatro para el Mejor Quinteto Defensivo, fue co-Rookie del Año con Grant Hill y es el segundo jugador con más asistencias de la historia (12.091 por las 15.806 del inalcanzable John Stockton) y el cuarto con más triples-dobles (107) por detrás de Oscar Robertson, Russell Westbrook y Magic Johnson.
Es, en esencia, uno de los mejores bases de la historia del baloncesto y un técnico todavía joven y, por lo tanto, con posibilidades de enderezar las cosas que se le torcieron profesionalmente en Milwaukee. Pero la realidad, vistos los enredos y escándalos del pasado y vista la necesidad que ahora mismo tienen los Lakers de establecer una cultura coherente y saludable por encima de cualquier éxito a corto plazo, es que su fichaje parece un riesgo innecesario y una invitación a que, otra vez, todo salga mal. Y una muestra de pensamiento débil, falta de dirección en los despachos y, de postre, poca empatía con asuntos socialmente tan delicados como la violencia de género. Jason Kidd no era necesario, no parecía la mejor opción y por cada virtud se le pueden encontrar un puñado de posibles problemas o defectos. Y eso en un equipo en plena combustión autodestructiva y con una exigencia profunda de resultados... y de limpieza. ¿Qué puede salir más, una vez más?