La mano mágica

Han pasado 19 años desde el debut de Juan Carlos Navarro en el Barcelona. Era más que un juvenil en 1997. Se le tenía por un proyecto de gran jugador, pero ha sido mucho más que eso. Su trayectoria define la edad de oro del baloncesto español, inesperada a finales del siglo pasado, después del sopapo psicológico que significó el mediocre papel de la selección en los Juegos de Barcelona 92. Fueron años de dudas y frustraciones, caracterizados por la falta de recursos para devolver a España al lugar que había ocupado en otra etapa extraordinaria, la que protagonizó el equipo que logró la medalla de plata en los Juegos de Los Ángeles 84.

Todo comenzó en el Mundial junior de 1999, escenario del éxito de una selección de jóvenes que encabezaba Navarro. Junto a él, Raúl López, Berni Rodríguez, Felipe Reyes, Carlos Cabezas, Germán Gabriel y Pau Gasol, el otro factor crucial en el despegue del baloncesto español. Navarro asombró en aquel torneo por su naturalidad para jugar, sus recursos para imponerse a rivales más poderosos físicamente y su facilidad anotadora. En sus mejores días, que han sido muchos, Navarro ha sido imparable. No hay manera de olvidar, por ejemplo, su excepcional primer cuarto en la final olímpica de Londres 2012, cuando ametralló a los estadounidenses, que no encontraron la manera de pararlo.

Sólo las lesiones le han limitado en los últimos años, aunque nunca lo suficiente para impedirle mostrar su impresionante clase. Como suele suceder con las grandes estrellas, Navarro está adherido a una acción tan particular que siempre se asocia a su nombre. Su bomba ha significado dos puntos de manera casi automática, pero ese recurso sólo es uno entre cien para un escolta diferente a los demás, un genio que ha ganado Ligas, Mundiales, Europeos y tres medallas –dos de plata y una de bronce– en los Juegos Olímpicos. A punto de cumplir 20 años desde su llegada al basket profesional, Navarro es una leyenda viviente del deporte.