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PANATHINAIKOS 60 - BARÇA REGAL 70

El Barcelona lo cambia todo

El equipo de Pascual silencia en OAKA con una exhibición de personalidad que le saca de la tumba y devuelve la serie al Palau para el duelo definitivo. Tomic y Navarro, estelares.

Ante Tomic, del Barça Regal, reclama una falta a los árbitros.
Ante Tomic, del Barça Regal, reclama una falta a los árbitros.ALKIS KONSTANTINIDISEFE

Se hizo el silenco en el OAKA e imagino al Barcelona más relajado que eufórico. Respirando profundo, soltando aire y viendo esfumarse esa maraña amorfa y plomiza a la que algunos llaman fantasmas y otros, presión. Este Barcelona compite hasta las últimas consecuencias, hasta el final de sus fuerzas. Hay algo simplemente emocionante en la manera en la que en un par de días se recompone y se presenta en la siguiente batalla, con el agua al cuello y el escudo cosido al pecho. Lo hizo en el Palacio en la última final ACB ante el Real Madrid y lo ha vuelto a hacer en Atenas y en un ambiente hostil pero extraordinario. Silencio: el Barcelona fue por fin el Barcelona, feliz entre el sonido de los morteros y liberado según pasaban los minutos, los cuarenta por delante. Del 0-2 de Marcelinho a los ocho puntos finales de Navarro, el liquidador.

Ahora, cuando lo de atrás parece una pesadilla y lo de delante pan comido con un Palau que recupera su condición de juez, conviene recordar que el Panathinaikos no ha desaparecido, sigue ahí y tiene días para ajustar, para lamerse las heridas y para pensar. La próxima semana sabremos si precisamente eso, pensar demasiado, es bueno para el equipo griego, que llegaba a este cuarto partido cargado de confianza y con un funcionamiento autómata y fanático. En el otro bando, lo lógico es que el Barcelona recupere autoestima y hasta piernas, que tantas veces dependen de la cabeza. Hasta ahora había sentido al Panathinaikos mejor de lo que era. No debe caer ahora en el error de considerarlo herido de muerte. Nunca lo está un equipo que empieza y acaba en Diamantidis.

Resucitar desde la defensa

Como en la fallida resurrección del tercer partido, el Barcelona planteó una defensa en zona primorosa con la que fundió los plomos de su rival. Coordinación, ayudas, relevos… el Panathinaikos más pobre de toda la serie vivió demasiado tiempo de poner balones a Schortsanitis y santiguarse. El pívot acabó con 13 puntos pero hizo todo su daño en el primer tiempo. El Barcelona ajustó todavía más la trampa defensiva tras el descanso y obligó a Bramos y Diamantidis a saltarse sus posiciones de tiro habituales. Y el equipo griego llegó al maquillaje del último cuarto en 1/14 en triples. Con Ukic naufragando y Gist incómodo, con Bramos apocado y Diamantidis seco: 5 rebotes y 6 asistencias… pero cero puntos y 0/5 en triples. Derrotado en una lucha por el rebote que maquilló Lasme en el último cuarto y sin poder desordenar a un Barcelona que se quedó en diez pérdidas, sólo dos después del descanso.

Así que el Panathinaikos vivió prisionero y a remolque: 10-20 al final del primer cuarto. Su franja del partido le permitió llegar hasta el 31-33 del minuto 22. Ensució el juego y forzó muchos malos tiros del Barcelona. Justó ahí, cuando asomaba otro ataque de pánico azulgrana, aparecieron un Lorbek renacido y un Tomic imperial: 16 puntos, 10 en un tercer cuarto que el croata dominó de cabo a rabo. La pareja de pívots, en la picota tras el tercer partido, guió un parcial de 0-12 que puso la última autopista: 40-57, minuto 32. Por mucho que el Panathinaikos apretó hasta casi el final, era el día del Barcelona, que se sostuvo en el último asalto a base de puntos de talento de Navarro y otro renacido, un Huertas que dirigió el despegue inicial y la puntilla final: 10 puntos, 6 rebotes, 6 asistencias.

En conjunto, el partido del Barcelona fue tremendo. Extraordinario si se miden circunstancias y escenario. Una defensa para el recuerdo y un ataque valiente, personalidad para insistir cuando los tiros bien seleccionados no entraban, gasolina para correr cuando el Panathinaikos se descosía. Actitud, experiencia y, por fin, baloncesto. Ese es el camino aunque queda dar el último paso. En el Palau y ante un rival que hará cualquier cosa menos enseñar la bandera blanca. Pero eso ahora sólo puede ser un aliciente más para un equipo que hace unas horas parecía sentenciado, con un pie en la tumba. Ahí, lo ha vuelto a demostrar, es cuando más peligroso resulta. Al fondo está Londres y su Final Four. Ya detrás, en sus revigorizados hombros, uno de esos triunfos que dan pedigrí e historia: entre sonido de morteros, con el agua al cuello y el escudo cosido al pecho.