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BARCELONA 65-PANATHINAIKOS 66

Al Panathinaikos le sale el plan

Un triple del fabuloso base griego empata la serie. Navarro y Jasikevicius fallaron en el último ataque. El Panathinaikos empata la serie a uno y se hace con el factor cancha.

Al Panathinaikos le sale el plan
AFP

El Panathinaikos es un yunque que absorbe todos los golpes, un gato con siete millones de vidas. Y es la pesadilla perfecta de un Barcelona obligado a revivir uno de sus recuerdos más dolorosos. Paso por paso. El juego de espejos asusta: en 2011 el Barcelona pasó las de Caín en el primer partido y perdió en el segundo después de tener diecisiete puntos de ventaja en el segundo cuarto. Ahora y en 2013 aunque casi hay que pellizcarse, el equipo de Pascual está calcando el camino y ha pasado de un primer triunfo agónico y con prórroga incluida a perder el segundo después de tenerlo casi cocinado (40-27), esta vez después del descanso.

De repente el camino a Londres pasa por Atenas. El Barcelona, 23-2 hasta hoy en toda la Euroliga, tiene la espalda contra la pared y los huesos machacados. Allí le espera, bien lo sabe, un infierno, una caldera donde el reglamento se reescribe, problema mayor porque la presión de Pedoulakis y el vodevil del dueño Giannakopoulos, hijo y sobrino de los que regían el club cuando el tapón de Vrankovic, surtieron efecto. El Panathinaikos subió un escalón más en su desafío físico, apretó todavía más las tuercas, protestó desde el salto inicial y se permitió agarrar de la camiseta con descaro a Jawai en plena resolución del partido (último minuto y con 64-63) y tras un rebote de ataque de oro del australiano. Los árbitros, los tres, miraban para otro lado así que Giannakopoulos dejará las cuentas bancarias tranquilas. Al menos hasta el martes.

La derrota fue especialmente cruel porque acabó escurriéndose entre los dedos de Navarro, que había marcado el paso desde el arranque (20 puntos) y que anotó los únicos cinco puntos del Barcelona en los últimos cinco minutos. Pero falló un tiro libre clave y después no acertó en el ataque decisivo, taponado por Lasme. Aún hubo un último triple de Jasikevicius, agua que convirtió en definitivo el que sí metió Diamantidis, que llegó al último cuarto sin anotar en juego pero firmó en la recta final ocho puntos con dos triples fundamentales, el segundo la daga definitiva. Diamantidis, uno de los mejores bases europeos de siempre, ya había aparecido a tiempo para, con ese 40-27, cambiar el paso del partido y romper la inercia del Barcelona, que sudó sangre para amasar su ventaja y la perdió en un puñado de ataques (45-45 en el minuto 28, parcial de 5-18 en menos de seis minutos).

El Panathinaikos sobrevive: cuando falla rebotea en ataque, cuando no acierta por fuera suma en la zona y de repente encadena triple tras triple. Y siempre defiende al límite y con un plan que le ha valido por ahora un triunfo y el factor cancha: Gist y Lasme ponen un tono físico que Tomic y Lorbek no pueden igualar. Ukic persigue a Navarro y el Barcelona se aboca a malos tiros, mucho bote, pocos puntos de sus interiores. Sólo Navarro, un destello de un Huertas después desaparecido y la felicidad de Abrines (10 puntos que finalmente no sirvieron para nada), hicieron sonreír al Barça, que arrastra como cadenas la falta de confianza de Ingles o de sensaciones de Lorbek. En cambio Bramos o Gist, viejos conocidos de la ACB, se convierten en bastiones improbables, jugadores que en condiciones normales no deberían desequilibrar al Barcelona. Lo hicieron: el primero anotó 13 puntos y el segundo sumó 14, 7 rebotes y una actividad infernal bajo los aros aliñadas salidas al triple que castigan las ayudas del rival, eficaces sólo contra Schortsanitis, un espectador de los minutos decisivos.

El Barcelona, en fin, se ha metido en un lío extraordinario. Necesita pasar por el diván, cargar las pilas. Y necesita jugar más al baloncesto. Cuando lo ha hecho en estos dos partidos, ha sido mejor porque es mejor equipo. El problema es que no lo está demostrando y que corre el riesgo de morir casi sin saber cómo, igual que hace dos temporadas, con Mickeal en el recuerdo y Navarro acosado por una jauría defensiva. Atenas será, ambiente y sus condicionantes incluidos, un reto de enormes proporciones, el castigo por sus pecados. Si aparece el gran Barça, ganará al menos un partido por mucho infierno griego que le echen y volverá al Palau. Si no, sumará otra herida horrible ante la pesadilla verde que vuelve a poblar sus sueños: 1996, 2011… ¿2013? Todo o nada en Atenas.