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Piqué y Espanyol de Barcelona o Cornellà

Dijo Valverde, con su sabiduría tranquilizadora, que el club rival se llama Espanyol de Barcelona. Así es como le conocemos todos, entre otras cosas porque nació en Barcelona, que ya sería razón suficiente y, por si eso fuera poco, porque la mayoría de sus seguidores y socios de ayer y de hoy son de Barcelona. Venía así a suavizar aquella salida de pata de banco de Piqué, al llamar al club hermano Espanyol de Cornellà. Aquello provocó una reacción ofendida, sobre cuya lógica no hay que insistir. Piqué sabía lo que decía. En una misma expresión pretendía hacer de menos al Espanyol y a Cornellà y así se vio por tirios y troyanos.

De primeras podríamos admitir un paliativo: en el campo del Espanyol insultan de forma recurrente a su mujer. Eso explica su reacción, aunque no la justifique. Pero pasados los días, cuando su entrenador ha querido poner un parche, sale y se ratifica. Sale porque ha sido renovado, feliz decisión del Barça, puesto que es un jugador espléndido, con años por delante, pero aprovecha la ocasión para chinchar más con algo que ya sabe que ha hecho un efecto, e insiste en ello.  Más vago fue en lo de si deja la Selección (“Lo normal es que lo deje”). Menos contundente que en su ratificación con lo de Espanyol de Cornellà.

Hay algo en el personaje Piqué que embadurna al futbolista Piqué, intachable. Ese algo es una cierta necesidad de distanciarse de la prudencia, ese punto exhibicionista, que le lleva, por ejemplo, a escupir por la espalda a Pedro Cortés o a tirar bombas fétidas en un avión. Quizá todo sea un mal instinto clasista, como alumbró en aquel maltrato a un policía municipal, al que basureó sin piedad. El caso es que rara vez renuncia a crear discordia, incluso parece complacerse en la insistencia. Algunos gestos conciliadores ha tenido, pero más han sido sus deslices y sus insistencias, en el ‘defendella y no enmendalla’. Pena.