"Hogar, dulce hogar", Universidad no falla en casa y vence a Atlas
Quinta victoria consecutiva de los Pumas en Ciudad Universitaria, ahora ante un inoperante equipo rojinegro. Marcaron Verón, vía penal, y Abraham González.
Pumas confirmó su bipolaridad en una fría noche de miércoles en Ciudad Universitaria. No serán un enfermo mental, pero sí padecen un trastorno que, al parecer, no es lo suficientemente preocupante como para temer por su vida. Cuarto lugar general, 17 puntos, imbatibles en casa. La vida es otra en el confort de casa, bien lo sabía Goethe: "Aquel que encuentra la paz en su hogar, ya sea rey o aldeano, es de todos los seres humanos el más feliz". Los Pumas son felices; solo en C.U, cabe señalar. Fuera de sus dominios, todo les parece un infierno.
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Cortés desempolvó el partido con dos disparos que sacudieron a la gente que se dio cita en Ciudad Universitaria. En la otra portería, 'Pikolín' Palacios imitaba a Neuer, fastidiado porque el balón llegaba a sus terruños. Quería oler la pelota, amasarla, entrar en juego. Ustari, en cambio, se revolvía para impedir el cabezazo de Britos (golpe mediante). En realidad, fue la jugada más intensa (y violenta) de la primera mitad. El partido se espesó como chocolate español. Solo un intento de Fidel Martínez, tapado por Ustari, revolvió las aguas un tanto.
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Fernando Hernández, juez del partido, descorchó la segunda mitad al interpretar un soplido de Madueña sobre Gallardo como una falta. La miopía (o el mal juicio), tan recurrente en los árbitros. Verón, exento de culpa, convirtió desde el manchón de cal. Su selección para ejecutar el tiro fue tan inusual como la de Sergio Bueno como entrenador de Cruz Azul (o Donald Trump, como candidato republicano). Atlas dobló el cuerpo y Pumas encontró líneas de paso y resquicios para perturbar a Ustari. Una y otra vez embolsó intentos de Barrera y Britos. Eso sí, no pudo hacer nada ante el cabezazo primario de González, quien se estrenó como goleador en el fútbol mexicano. Sin marca en el área, comiéndole el mandado a un pasivo Romero, como un niño travieso que llega sin previo aviso para arrebatar un dulce prensado por las manos.
Después, Ustari voló para desactivar un misil de Alatorre, mientras Barraza, con disparos insulsos, ponía a prueba los oxidados propulsores de 'Pikolín'. Atlas se acordó del partido cuando se acercaba su fin. Y los Pumas se desataron las agujetas y prendieron fuego a la chimenea para reposar tras la deliciosa cena. Trece goles a favor, cuatro en contra. Nada como el hogar.