Uruguay se queda corta en la batalla
La de Lusail fue una batalla de pierna dura de principio a fin. Un duelo con aroma a Reflex, de los de antes, donde ninguno se ahorró una pizca de plomo. Uruguay salió a ser ella, un equipo donde no cabe un pecho frío, haciendo saltar chispas. El empate de la jornada inicial con Corea espoleaba al equipo charrúa para no dejarse nada dentro. No había contemplaciones, como evidenció Giménez con caricias a su amigo João Félix. Cada jugada a balón parado era para Faghani, el árbitro iraní, como sentarse a mediar en unas conversaciones de paz. Los Bentancur, Godín, Vecino... no hacían prisioneros y Neves, Pepe o Rúben Dias tampoco tenían esa intención.
Pero a Uruguay no le daba sólo con eso. Más cuando enfrente volvió a haber un Bruno certero que le enseñó a Portugal el camino entre tanta patada y tanto encontronazo. Las salidas de Pellistri y de De Arrascaeta dieron algo de color a un equipo que acumula arietes, pero que no los alimenta por fuera. Quizá por eso Cavani se marchó del campo con esa cara, tenía que salir justo cuando Diego Alonso metía la profundidad que él y Darwin Núñez habían echado en falta. La ilusión charrúa se apagó con el zambombazo que Maxi estrelló en el poste y en esa mano de Giménez que Faghani sancionó como penalti. Uruguay se metió de milagro en el Mundial y seguir adelante casi le exige otro.