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Un tiempo muerto en Son Moix, otro después

La segunda vuelta del campeonato se ha abierto con una brecha de consideración en la pugna por el título, que coloca al Barça en una situación que desconoce desde hace dos años y medio. Líder en el momento del confinamiento general, terminó la temporada 2020-21 sin gas y con el burofax de Messi en las oficinas del club. Desde entonces, no ha disfrutado de un momento de tranquilidad, del que ahora se aprovecha por el patinazo del Madrid con el Mallorca, donde al equipo de Ancelotti le salió mal todo lo que podía salirle mal: el juego, el jaleo, la decepcionante actuación de jugadores que quieren pedir paso entre los titulares y el penalti detenido por Rajkovic cuando se insinuó la puerta abierta del empate.

En una época donde el fútbol está empeñado en parecerse al baloncesto, el Madrid habría agradecido un par de tiempos muertos en Son Moix. Fue un carajal de partido que se cerró con 43 faltas, 29 del Mallorca, el segundo equipo que más infracciones comete en la Liga, dos menos que la Real Sociedad (330-328). Los precedentes invitaban a pensar en el perfil del encuentro que se disputó en Son Moix. El Mallorca había marcado 15 goles en 19 partidos, aprovechando hasta el hueso cada 1-0. Siete victorias y 25 puntos en total. Ningún equipo de Europa había obtenido tanta renta con tan pocos goles.

Refrendó su económica producción frente al Real Madrid. Otro 1-0 que le coloca en una zona de considerable seguridad y al Madrid en la de inquietante incertidumbre. La derrota se produjo en un contexto que animaba a pensar más en lo conflictivo que en lo deportivo. Alrededor del partido, y de dos jugadores en concreto, Raíllo y Vinicius, se encendieron las típicas señales de alarma, confirmadas después. Partido de otros tiempos, desagradable, terrible para el árbitro y mucho mejor acomodado para el Mallorca que para el Madrid.

Si el Mallorca se pareció al equipo que se esperaba, fortalecido en su empresa por el temprano gol de Nacho en propia puerta (quizá haya que hablar menos de autogol del central que de las consecuencias que tuvo cada disputa con Muriqi: las ganó todas), el Madrid no recordó nunca a su última versión. Se enredó desde el principio. Mala defensa en los minutos iniciales. Pésimo ataque después de encajar el gol en el minuto 13. Ausencia de ideas para dinamitar el 5-4-1 que propuso el equipo balear. Falta de madurez en los jóvenes para moverse entre las espinas del encuentro, salvo Eduardo Camavinga, que jugó el partido que correspondía: como si no pasara nada.

El ruido nunca ha sido ajeno a los partidos del Madrid, experto como pocos equipos para manejarse en situaciones agrestes. Cuando entró de verdad en el encuentro, era demasiado tarde. No ayudó el desenlace del penalti. Le mejoró el ingreso de Modric y Kroos, gente de orden que no se impresiona en los ambientes inflamados, el cambio de posición de Camavinga y la aparición de Mariano. Al fin y al cabo, es el tipo de delantero que disfruta del combate cuerpo a cuerpo en el área. El Mallorca solo se sintió exigido en los últimos ocho minutos, hasta el punto de anticiparse un derrumbe defensivo que finalmente no se produjo.

Atrás queda una fecha reseñable por un encuentro que no conviene a la buena salud de la Liga, pero que al Mallorca le vino al pelo y al Madrid le sentó como un tiro. Ocho puntos de desventaja con el Barça no son el abismo, pero si comienzan a producir vértigo, sensación que sólo la calma, la buena letra y el oficio pueden remediar. Es decir, un tiempo muerto para pensar.