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Un hombre sentado

Todas las semanas, desde hace ya varios años, veo a un hombre sentado en el Retiro. Siempre está en el mismo banco, en un recodo que da a Alfonso XII, rodeado de árboles y matorrales, donde la primavera parece no acabar de irse del todo. Es uno de mis rincones favoritos cuando salgo a correr: tranquilo, apartado, se escuchan pájaros que no sé identificar, es fresco en verano y el ruido de la ciudad al otro lado, por unos instantes, parece amortiguarse.

Cada día, hacia la hora de comer, este hombre se sienta solo en ese banco del Retiro, corta meticulosamente una pieza de fruta con su navaja, y lee el AS. A veces usa las hojas ya leídas del periódico a modo de improvisado mantel donde deja descansando sus utensilios y enseres, como los instrumentos de un cirujano. Tiene el pelo blanco, lo lleva hacia atrás. En alguna ocasión lo veo de pie junto al banco, como un filósofo en el ágora de Atenas. Luego guarda sus bártulos en una bolsa de plástico que lleva siempre con él. Y se va.

Si esto fuera una película, ahora leerían sobre aquella vez en la que me paré en mitad de mi carrera matutina, me senté en el banco junto a él y me contó una conmovedora historia con un inspirador consejo al final que me ayudó a cruzar la meta de mi primer maratón de Nueva York. Bien, no es así. No me he parado jamás a hablar con ese señor. Se le ve tan en paz con el mundo, tan tranquilo, que no soy tan cretino como para arruinar su momento. Que un desconocido sudando, intentando recuperar el aliento, te diga “¿Sabe usted que yo escribo ahí?” amarga el día hasta al más optimista.

Lo cierto es que pienso a menudo en ese señor. Me pregunto qué pensará de la convocatoria de Luis Enrique. Si será del Real Madrid como yo. Si cree que España llegará lejos en este Mundial. Si le habrá gustado mi última columna. Camba decía que cuando se sentaba a escribir siempre pensaba en un lector, en un solo lector, un señor de Guadalajara del que desconocía todo por completo. Yo pienso en el hombre del banco.

Durante la pandemia, tenía miedo de no volverlo a ver más. Y luego, tras una lesión de espalda que me impidió salir a correr unos meses, lo mismo. La verdad es que, ahora que lo pienso, parezco obsesionado por desahuciar a este pobre hombre que a lo mejor tiene los análisis de sangre mucho mejor que yo (desde luego que come bastante más fruta).

Pero creo que en el fondo lo que tengo es miedo de dejar de hacerle compañía y, sobre todo, que él deje de hacérmela a mí.