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Un combate sin tregua

Cuando Carlos Alcaraz parecía tener la final de Cincinnati en el bolsillo, con un break arriba en el segundo set, Novak Djokovic sacó su casta para igualar el partido. Y luego, cuando era Djokovic quien parecía tener el título en la mano, con una rotura a favor en la manga decisiva, Alcaraz tiró igualmente de clase y orgullo para salvar cuatro bolas de campeonato y llevar la resolución al desempate. Ahí se decantó finalmente la contienda del lado del serbio en 3 horas y 49 minutos frenéticos, no sin antes disputar el punto más largo del encuentro: 29 toques. Todavía tenían fuerzas para exprimir la última gota. Al terminar la final, Nole cayó al suelo, agotado, y se rasgó la camiseta, mientras que Carlitos rompió en un llanto de impotencia. Así de duro había sido el combate. Sin piedad.

Cuando el número uno y el número dos del Mundo se encierran en una pista, no hay ninguna tregua. Cualquier cosa puede pasar. Y mucho más si uno de ellos es uno de los mejores de la Historia, quizá el mejor, el recordman de títulos de Grand Slam y de Masters 1.000, y el otro es el campeón que aspira a emular al más grande. Durante la era del Big Three presenciamos pulsos épicos entre los tres: Djokovic, Nadal y Federer. Pónganlos en el orden que quieran. Sólo con la intrusión ocasional de Wawrinka y Murray, sobre todo de este último. Sin embargo, ningún joven había sido capaz de toser en su territorio. Ni la NextGen, ni ninguna otra. Hasta que llegó Alcaraz. Esa es la grandeza del español, que está empatado en su balance con Novak, 2-2, a quien volteó el pasado mes en la final de Wimbledon, una plaza mayor. Para Djokovic es importante mantener su simbólica corona, tanto como para Alcaraz lo es asaltar el trono. Por eso ambos llevaron el duelo hasta el extremo, al borde de la supervivencia, sin pararse a pensar que dentro de una semana deben comparecer en el US Open, el cuarto grande. Las imágenes de Cincinnati anuncian otra batalla encarnizada en Nueva York.